Josep Piqué accedió al Ministerio de Industria en 1996 con una idea clara: terminar con el pérfido centralismo atávico que amordazaba Cataluña. Pero ya saben: si quieres conocer a Fulanillo, dale un carguillo. Tres años después, como titular de Exteriores, se inclinaba ante George Bush como si se tratara de un icono, al tiempo que se dirigía a los diputados de CiU con el dedo índice por delante: "Usted está comprometiendo el prestigio de España en el exterior".
En 1996, Piqué buscaba españoles a los que combatir, pero una vez converso al centro-reformismo, se metamorfoseó, como dicen en Moncloa, en ultra-conservador en lo económico y casi-progresista en lo social (traducido: aborto libre y gratuito y ahora ya podemos llenar la faltriquera). Nuestro buen Josep ya no combatía a los españolistas, sino a cristianos y otros montaraces comprometidos con una serie de principios.
Es decir, que no tenía que haberse enfrentado ni con Eduardo Zaplana ni con Ángel Acebes, porque es evidente que estaban en el mismo bando ideológico, al que podríamos llamar progresismo de derechas: unidad de España y liberalismo económico. ¿En nombre de qué? En nombre de la estabilidad política y la eficiencia empresarial, naturalmente.
En otras palabras, Piqué no ha dimitido por razones ideológicas sino por un pulso de poder con Ángel Acebes, que quería controlar el aparato del Partido en Cataluña. No ha sido una noble lucha por unos principios, sino por unos intereses y por unos cargos. Situación que no sólo se vive en el Partido Popular, sino en el conjunto de nuestra clase política, a la que le hablas de principios y les de la risa floja.
Como ocurriera, con el mundo del deporte, antes el jugador amateur, aficionado, era al que la sociedad consideraba digno de aplaudo. Pero, de pronto, vinieron unos señoritos que cobraban más que los CEO de las multinacionales y se apresuraron a recordar, aproximadamente cada cinco minutos, que ellos eran "profesionales", es decir, mercenarios vendidos a la insignia que mejor pague.
Pues bien, por las mismas, vivimos la era de los profesionales de la política. Acebes, Zaplana o Piqué –así como Rajoy y Zapatero- son eso: profesionales de la política. Y si unos cayeron en zona nacional y otros en zona republicana, y ambos intercambiarían sus bandos si fuera menester o si el pueblo lo permitiera: porque son profesionales y no pueden estar pendientes de esas cosas tan antiguas llamadas ideologías, o de esas cosas tan eternas llamadas ideas y principios éticos. Eso resultaría muy poco profesional.
Y el asunto tiene fácil arreglo. Ahora que se habla de regeneración política, nada mejor que recordar la propuesta de un pequeño partido, llamado Solidaridad y Autogestión Internacionalista (SAIN) que proponía, en su programa para las últimas elecciones autonómicas y municipales, lo siguiente: todo cargo electo cobrará por su función política el salario mínimo interprofesional (570 euros brutos al mes). Una medida propia de aficionados.
Eulogio López