Con lo buenos periodistas y lo muy documentados que son estos chicos, y ya ven: a El País y a El Mundo, los dos diarios más importantes de España, se les olvidó hablar del último informe sobre la evolución de la familia en España durante el año 2003, elaborado por el Instituto de Política Familiar.

La razón es muy sencilla. El Instituto de Política Familiar pone los pelos de punta a un calvo, simplemente recordando fruslerías tales como las siguientes: En España se produjo una ruptura matrimonial cada 4,6 minutos durante 2002, afectando a 115 matrimonios. Es decir, a otros tantos fracasos vitales. Las españolas siguen siendo las mujeres que menos hijos tienen del mundo, pero, eso sí, cada siete minutos se produce un aborto, mientras, sólo en Madrid, con Ana Botella como concejala de Asuntos Sociales, se reparten 10.000 píldoras postcoitales al año.

Lo de Ana Botella no es un apóstrofe malicioso: fue Ana Botella quien bendijo la distribución en España de la píldora abortiva, aprobada por su esposo, y quien administra ahora los centros de planificación familiar del Ayuntamiento de Madrid, donde se reparte las píldoras a adolescentes de útero fogoso y cabeza hueca, a espaldas de la patria protestad de sus padres, por cierto.

Y ya puestos, recordad que el Gobierno socialista de Andalucía reparte la píldora postcoital gratis entre sus adolescentes, pero también lo hace el Gobierno popular de Baleares (no, la píldora postcoital no tiene por qué ser abortiva: de hecho, no lo es si no ha habido concepción en el fornicio).

En cualquier caso, contamos con un aborto cada 7 minutos, hasta rozar los 70.000 infanticidios en 2001 (esto sí, tremendamente legal). Por cierto, que sólo en este punto, el informe utiliza datos de 2001... simplemente porque no hay cifra de abortos correspondientes a 2002.

¿Y por qué, oh querida ministra de Sanidad, Ana Pastor, no hay cifras oficiales de abortos correspondientes a 2002? Quizás, oh báculo de nuestra ignorancia, porque los abortos en 2002 se han disparado hasta, pongamos los 100.000? ¿Quizás, oh nunca bien loada administradora de vidas y haciendas, nos enteraremos de ello un día después de las elecciones, pongamos el 15 de marzo? ¿Pudiera ser, luz que nos iluminas, doña Ana Pastor, que nos volviera a ocurrir como con los embriones congelados, que primero eran 30.000, cuando interesó 40.000, y una vez promulgada la repugnante reforma de la Ley de Fecundación Asistida del Ministerio de Sanidad surgió la redonda cifra de 200.000 embriones crio-conservados?

Sigamos. Este patio de monipodio (o caso de lenocinio, aunque lo uno viene con lo otro) en que se ha convertido nuestro país, se caracteriza por otras lindezas como las siguientes: casi una de cada cinco personas tiene más de 65 años de edad. No se comprende cómo nos empeñamos en cerrar las puertas a los inmigrantes: no sólo serán los que cuiden de nuestros hijos (y aporten hijos a la caja única de la Seguridad Social), sino los que cuiden de nuestros ancianos, por ejemplo de nosotros mismos en unos pocos años.

Y en 20 años, España ha pasado de contar con 10 millones de menores de 14 años a disponer de sólo seis millones. Y el 20 por 100 de los hogares son solitarios, lo que algo debe tener que ver con la depresión generalizada, digo yo.

Mientras, naturalmente, las ayudas públicas a la familia son las más bajas de Europa, se discrimina a las familias numerosas y se promocionan los 300 tipos de familia, que hace progre.

Tan regocijante panorama no ha merecido una sola línea ni en El País, progresismo socialdemócrata, ni en El Mundo, progresismo capitalista. La campaña electoral debería haberse paralizado para detenerse a pensar un minuto, simplemente hasta dónde hemos llegado. Lo que no existe para el 'portavoz' del PSOE, Jesús Polanco, y para el 'portavoz' del PP, Pedro J. Ramírez, simplemente no existe para la clase política. Ningún periodista preguntará a Mariano Rajoy ni a Rodríguez Zapatero sobre el particular, ningún mitin tendrá por objetivo analizar tan pavorosa realidad. Como mucho, justo al final de la campaña, el Partido Popular convocará a las asociaciones de familias para explicarles cuál es su política de subvenciones, cuando, como todo el mundo sabe, antes que subvenciones, lo que las familias necesitan son definiciones.

Incluso puede que Mariano Rajoy, adalid de las familias numerosas y egregio defensor de la vida humana, acompañado por su mano derecha, doña Ana Pastor, invite a las asociaciones familiares a llevar a sus hijos a los parques de atracciones con un sabroso descuento en la entrada. Y algunas de esas asociaciones, hasta estarán felices de acudir. Y hasta es posible que don Mariano les recuerde que estamos ante un país moderno y que, después de todo, les explique que habrá que hacer una ley de "uniones civiles", para no verse obligado a pronunciar la contradicción de "matrimonio homosexual". Total, las tragaderas del personal son inconmensurables y, además, don Mariano y doña Ana siempre podrán decir que los socialistas son peores: los 'sociatas' proponen el matrimonio gay y la adopción de niños pro gay. Bueno, salvo Ibarra, pero ese es un rojo, y los rojos, en el PSOE, están muy vigilados.  

Y por encima de todo este satisfactorio escenario, resuenan las viejas palabras: "A quien me negare delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos". Claro que esto es una frase evangélica, y esto no hace muy intelectual. Pero todo es cuestión de atribuirlo a un genio mediático, para proporcionar una patina más intelectual (es sabido que Jesús de Nazaret no tenía mucho de intelectual). Por ejemplo, hoy he leído al insigne Miguel Ángel Aguilar, uno de los 'odiadores' oficiales de José María Aznar, aludir a otra frase: "De qué sirve ganar el mundo, si pierdes tu alma", calificándola (todo un intelectual, don Miguel Ángel) como "máxima ignaciana", lo que recuerda aquello de Felipe González: "Héctor, nombre bíblico, ¿eh?". Así que uno también se siente capacitado para atribuir lo de la cobardía para negar a Dios delante de los hombres a, por ejemplo, a don Arturo Pérez-Reverte o, por qué no, a Juan Luis Cebrián. 

Eulogio López