El pasado sábado 19, aparecía en el Valle de los Caídos un señor armado de un gramófono pidiendo la demolición de esta pieza del Patrimonio Nacional, construida por el Régimen franquista y donde se encuentran las tumbas de Franco y Primo de Rivera. Para nuestros amigos hispanos, decir que en el Valle de los Caídos, ubicado en la provincia de Madrid, a unos 50 kilómetros de la capital, se encuentra instalada una comunidad de monjes, con su hospedería, en un lugar que es una maravilla de la naturaleza, en plena sierra y no muy alejado del Monasterio de El Escorial.
El Valle de los Caídos no deja de ser un parque natural donde acuden muchas familias, desde luego no sólo franquistas, a pasar el fin de semana, al igual que existen estudiosos que se encierran en la hospedería del monasterio adjunto para preparar oposiciones o familias que llevan a sus niños al espléndido teleférico que sube hasta la cruz, ubicada en la cima y desde la que se contempla una de las mejores vistas de toda la sierra madrileña.
Al mismo tiempo, mi paisano, el diputado socialista Álvaro Cuesta, uno de los más acendrados comecuras de la población, niega que el Gobierno socialista esté preparando un documento sobre laicismo (encargado a Peces-Barba, aprendiz de teólogo), como hicieron sus correligionarios catalanes, donde se aconsejaba reducir la presencia civil en las fiestas, las romerías a la Virgen, las festividades religiosas, etc. Ya saben: civilizar el fundamentalismo cristiano.
Y es verdad, en Moncloa, que no son menos comecuras que en la Generalitat, consideran que elaborar un documento explícito sobre laicismo sería como agitar un trapo rojo ante un Miura (¡Ojala, hijo, ojalá), resucitar el rescoldo de los católicos nostálgicos (exceptuando los cristianos para el socialismo, es decir, todos menos los afiliados a Cristianos por el Socialismo) y, en definitiva, toparse con esa manifestación de católicos que el Gobierno ha tratado de evitar desde tiempo atrás.
No, el anticlericalismo del Gobierno Zapatero no se anunciará: se ejecutará. De hecho, hace tiempo que la descristianización de España se está llevando a cabo a través, por ejemplo, del divorcio entre festividades religiosas y civiles. Este año no lo hemos notado, pero fue el Gobierno de Felipe González quien convirtió el día de San José (19 de marzo) en día laborable, aunque la Iglesia lo mantuvo como día de precepto. En su centro reformismo vanguardista, José María Aznar no tocó nada durante ocho años, y naturalmente Zapatero sólo ha seguido la misma senda. Otro detalle: el Jueves Santo ya es laborable en el mercado financiero, lo que significa que en la Bolsa se descansa todo el año menos el Jueves Santo. El Corpus Christi también desapareció, y se pasó a domingo. El próximo objetivo es el Viernes Santo, el día de la Pasión del Señor, que, como es la jornada de la Eucaristía, no es día de precepto, pero constituye una de las fiestas religiosas más vividas por los católicos, especialmente en España. En su día, la Conferencia Episcopal Española amenazó con suprimir la Epifanía, la Fiesta de los Reyes Magos, pero los empresarios pusieron el grito en el Cielo, y no será el socialismo español quien desoiga las justas reivindicaciones empresariales.
Es igual: la desacralización debe continuar. Por ejemplo, el pasado domingo 20 se iniciaron en Madrid las procesiones de Semana Santa. Personalmente, no soy devoto de estas manifestaciones de Piedad, pero están tan arraigadas en la fe cristiana de los españoles que las considero un tesoro (además de tesoro artístico, musical, costumbrista, etc). En Madrid, es el Cristo de los Estudiantes, una preciosa talla, quien inaugura las procesiones de Semana Santa. Es tradición que el alcalde de la Villa y Corte acuda a la procesión, que sale de la Basílica de San Miguel y que acompañe al Cristo hasta el Ayuntamiento. Así había ocurrido con el anterior alcalde, José María Álvarez del Manzano, pero la tradición se rompió ayer domingo. El también popular Alberto Ruiz-Gallardón, siempre atento a los signos de los tiempos e incluso a los signos de las encuestas-, decidió que no. Para Gallardón, al igual que para muchos de sus colegas del PP y para casi todos los socialistas, la fe es eso que se vive dentro de las casas y de los templos. O sea, a escondidas.
Este tipo de gestos son mucho más útiles que un documento. Entre otras cosas porque un documento puede leerse.
Eulogio López