Los libros de la serie de Harry Potter agarran notables lacras. La más importante es el empleo que hace, la novelista, del cosmos figurado de lo invisible como su alegoría principal, y las actividades ocultistas como artilugio patético. Esto se presenta, al chiquillo, a través de tipos seductores como Harry y Herminone, que son aprendices de magia y brujería.
Los chavales reconocen que el componente quimérico de los volúmenes no es verdadero. Sin embargo el adolescente, en alguna ocasión, lo absorbe como si fuera real.
La creación de Potter es una entelequia emponzoñada. El mensaje de que "el fin justifica los medios" se exhibe constantemente. Los progenitores deben dar a los primogénitos un nutrimento vigoroso para la imaginación, facilitándoles oportunidades para entusiasmarse con la gran aventura de la vida.
Los volúmenes de Potter son una rematada liviandad de sensaciones rebajadas. La ética es endeble y los mensajes inmundos.
Hagamos una llamada a la responsabilidad de los papás y dejemos al crío encuadrado en su propio mundo, para que se realice convenientemente su formación y el tránsito de convertirse en una persona adulta.
Clemente Ferrer Roselló
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