RTVE retrasmitió ayer lunes los Goya del teatro: los premios Max de las artes escénicas. Y ahora comprendo dos cosas: por qué nos hemos cargado el teatro en España -en el país del teatro, el teatro se muere- y, también, que, comparado con la bazofia retrasmitida ayer por RTVE, los Goya constituyen una muestra de buen gusto.

La gran gala del teatro consistió en lo siguiente: una puesta en escena que simulaba un cabaret nazi.

Dirigía el aquelarre un energúmeno vestido de cuero negro, una especie de eunuco cabreado, o al menos eso representaba, acompañado por unas cuantas prostitutas (no quiero decir que lo fueran, pero lo parecían), desvestidas de ropa y revestidas de cuero negro con un mariachi correoso, tal y como debe exigir todo burdel que se precie.

Juan Diego Botto (en la imagen), fue el gran triunfador. Dedicó su premio a una inmigrante muerta en un centro de internamiento y no dejó pasar la oportunidad para soltarnos una filípica sobre los desahuciados

Eso es el resumen que en la mañana del martes hacía RTVE, ese logro del actual presidente, Leopoldo González-Echenique, un crack del patrocinio cultural… nombrado por el PP.

Lo cito, por tanto, el primero. Botto nos explicó lo mal que va el mundo con la derechona, aunque, eso sí, no en tono humorístico, sino dramático, como correspondía a la penumbra de tal solemne acto.

Mejor fue lo de otro galardonado, autor de una obra sobre "el bombardeo de Cataluña por parte del aviación fascista en mil novecientos treinta y no sé cuántos". Está claro que la escena se renueva en conceptos y actitudes. La aviación fascista bombardeando Barcelona, y Diego Botto hablándonos de los desahuciados. Teatro comprometido, que le dicen.

La coordinación fue excelente. Cuando leyeron el nombre de uno de los premiados resultó que se había ido al retrete. El eunuco de cuero aseguró que estas cosas pasan, pero la verdad es que no pasan mucho. Fue sustituido por su compañera, que como no tenía nada preparado, insistió en la cantidad de creativos actores y actrices sin trabajo. Al final apareció el del retrete y el público pudo solazarse con doble discurso por premio.

Se anuncia el nombre de otra de las ganadoras y cuando todos esperábamos la aparición de una actriz en traje de gala, sale un bigotudo cincuentón y anuncia que no es ella -no era necesaria la aclaración- y que la susodicha premiada no había podido acudir porque estaba muy cansada tras representar una obra, de la que el susodicho sustituto hizo una buena propaganda, asegurándonos que había sido un éxito sin precedentes.

A todo esto, las disfrazadas de prostitutas nacionalsocialistas se perdían en el caos imperante, aunque no dejaban de enseñarnos sus piernas y sus pectorales. Todo lo demás lo llevaban pudorosamente cubierto. 

Vamos, un ambiente tan vanguardista en el que sólo faltaba Doña Letizia, princesa de Asturias.

A esas alturas me fui la cama, pero con la incuestionable convicción de que el teatro patrio, allá donde España brilló más alto, se ha ido al garete. Los clásicos se manipulan hasta provocar el cabreo escatológico de sus autores y los noveles son… los de la gala de los Max. Y la culpa no es del presupuesto público.

Tendré que dedicarme al teatro leído.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com