Todos tenemos la misión de enseñar la verdad. Pero algunas personas tienen cualidades y aptitudes para la docencia en los diversos campos del saber humano, que les ha llevado a dedicarse profesionalmente a esa tarea.
Su trabajo profesional es siempre un cauce privilegiado para transmitir el espíritu cristiano, al impartir conocimientos y formación humana.
Sin dejar de valorar todas las profesiones nobles, hacen falta profesores que sepan enseñar perfectamente las ciencias y las artes humanas con una profunda preparación; con ciencia humana y con conocimientos pedagógicos, lleguen prestigiosamente a todos los ambientes de la enseñanza.
Juan Crisóstomo afirmaba que no hay arte superior a éste, la enseñanza. ¿Qué hay comparable con formar un alma, de plasmar la inteligencia y el espíritu de una persona joven?. El profesor debe actuar con más cuidado que un artista al realizar su obra.
La enseñanza es un arte que requiere dotes especiales de alma y corazón, una preparación diligente y una facilidad constante para renovarse y adaptarse.
Formar y moldear a los alumnos, educarles ayudándoles a dar lo mejor de sí exige cualidades particulares de carácter y de virtudes: generosidad y humildad, junto con una sólida competencia científica y pedagógica.
El profesor debe ser asequible y cercano a todos. También debe vivir la paciencia y la fortaleza llenas de caridad. Ese clima de confianza no menoscaba su autoridad. De este modo ilusiona las inteligencias y se gana los corazones.
Quien se dedica a la enseñanza debe formar personas y no sólo cabezas y debe ser coherente con su propia vida, con su ejemplo.
La labor en el campo de la enseñanza es inmensa y urgente ya que vosotros sois la luz del mundo.
En la Declaración Universal de los Derechos Humanos se expone que los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos. Son los progenitores y no el Estado los titulares del derecho a la formación de sus hijos.
Clemente Ferrer
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