Sr. Director:
Mientras que Zerolo reconoce, lleno de estupor, que el voto gay gravita inopinadamente hacia valores conservadores, dando así la espalda (no piensen mal) a supuestos "valores republicanos y revolucionarios del colectivo del arcoiris" en los que se hace descansar la dignidad excepcional del hombre, la Ministra de Cultura, en uno más de sus actos de complaciente generosidad hacia el colectivo, y para compensar el descalabro de Chueca, se compromete, a través de un acuerdo marco de colaboración, a reconocer, proteger y respetar la "cultura" de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales.
Parece todo un esfuerzo titánico, al que se une el Ministerio de Trabajo con su "promoción de las familias del siglo XXI y los diversos modos de convivencia", orientado a la pretensión de creer que el hombre despertado del sueño genético ve, no ya a varona, sino a varón o a hermafrodita, porque de ellos ha sido tomado. Y es que, "es un placer desbancar la familia tradicional", como afirma Rosa Regás, un gozo inusitado comprobar que "la familia del papá, la mamá y los hijos no es la única posible ni social ni legítimamente", según el diario El País.
No voy a ser yo quien niegue la real existencia de distintos sistemas de valores en nuestra sociedad. Sería, por mi parte, hacer alarde de una visión parcial y reduccionista de la vida. Ahora bien, también es cierto que los valores tienen un componente objetivo, externo, susceptible de racionalidad; el valor está en la realidad, es objetivo. Precisamente, la actual privatización de la moral y de la fe a que nos quiere llevar el Gobierno no es sino producto de la relativización y culturización de los valores, derivada de una ética del consenso que reduce lo éticamente bueno a lo permitido por la Constitución.
Una cosa es estar condicionado inevitablemente por valores culturales, y otra muy distinta la presunción y el equívoco del relativismo como teoría. La adopción - para muchos necesaria e ineludible - de un cierto relativismo cultural y moral no implica la aceptación de un relativismo cultural y moral absoluto. Es verdad que estamos condicionados por la cultura; que el relativismo como método es esencial para la antropología, en cuanto afirma la tolerancia y el respeto a las diferencias; que existen ciertos valores relativos a la vida de los pueblos hasta el punto de convertirse en incompatibles si se les aísla de ellos. Sin embargo, la asunción de un cierto relativismo cultural no puede asumir el rango de teoría, como si estuviésemos ante un pensamiento por reacción al clásico.
El relativismo como teoría, con su componente añadido de nihilismo lúdico, es uno de los mayores peligros a que se ve subyugado el hombre, una de las peores amenazas de nuestra sociedad que los agentes políticos deben sepultar de su discurso público. Si el ciudadano no ignora que sus deseos no son derechos, también está llamado a exigir que la aspiración a la verdad no pueda ser sofocada por ninguna instancia jerárquica política.
Roberto Esteban Duque
eudaimonia8@hotmail.com