César Vidal ha firmado un artículo en La Razón (cómo está la razón, muchacho, desde la marcha de Ansón, ilustración en estado puro, cuántas células grises desparramadas), titulado Lutero llega a España. El hecho de que don César sea protestante no quiere decir nada: sólo mentes mezquinas pueden sospechar algún tipo de sesgo en sus escritos sobre Lutero por el mero detalle de su luterana condición. Es más, esa bandera le ha convertido en uno de los portavoces de la cadena COPE, católica, es decir, perseguidora del luteranismo, lo que no hace sino ofrecer otra demostración palmaria del formidable pluralismo que reina en la cadena confesional.
Otrosí, del asimismo demostrable hecho de que la película haya sido financiada por grupos luteranos no debe inferirse, no puede, parcialidad por luterana y antipapal. Por el contrario, la imparcialidad es absoluta y muy compensada: los protestantes serán los buenos y los católicos los malvados, y un pelín corruptos.
La primera idea que emana del regocijante artículo de nuestro héroe es la de que Lutero, precisamente él, dejó sentada la creencia de que es Cristo el único que salva y media entre Dios y los hombres. Miren por donde se le descubre América a Cristóbal Colón. Uno hubiera pensado que la tal creencia, más bien dogma, ya estaba sentada desde los primerísimos siglos de la historia, desde la Encarnación misma. Más que nada, porque si Cristo no es redentor y mediador, ¿quién puñetas juega ese papel en el drama humano? Pero no, ignorante de mí. Ahora sé que fue un monje agustino, 500 años atrás el autor del descubrimiento. Ni Lino ni Cleto, Clemente, Crisógono, Juan y Pablo, Cosme y Damián. O señor: fue mosén Martín. Y ni tan siquiera cobró copyright.
No cuenta César Vidal Imparcial que Lutero luchaba por la misma reforma de la Iglesia que preconizaba, un poner, Isabel la Católica. Este es un parangón de lo más adecuado, considerando la obediencia filial de Isabel al Papa a pesar de los pesares.
Luego vine lo del comercio de las indulgencias, que dice el teólogo Vidal- provocó las iras de Lutero. Hombre, las iras de Lutero no necesitaban mucho incentivo, pero yo diría que lo de las indulgencias, pues como que no es la parte sustancial ni la doctrina luterana ni de la tridentina que le colocó en su sitio. Incluso se diría que las diligencias no constituyen el principio activo de la doctrina, sino más bien el excipiente.
Según Vidal, la crisis de la Iglesia Católica se debe, precisamente, a no haber aceptado las tesis luteranas. Pero la verdad es que si la barca de Pedro atraviesa una crisis, las iglesias evangélicas entraron en crisis un día después de nacer. Lógico, una de las dos grandes ideas luteranas, el libre examen, llevó a que cada cual hiciera uso de su libertad interpretativa, y antes de que muriera don Martín ya no había una Iglesia, sino unas 95, tantas como tesis luteranas.
Habla don César de que el luteranismo permite superar la angustia. Pero hombre, Cesarón, si uno los motivos de la mortal amargura protestante es la prisa de Lutero en terminar con el sacramento de la penitencia, precisamente aquel que reconcilia al hombre con el Redentor Vittorio Messori cifra en esa ausencia de perdón la tristeza protestante, el rigorismo metodista, la credulidad calvinista y, esto es lo más importante, la horrible cocina anglosajona, que ni puede ni concebir una buena cena italiana.
Y ya en pleno éxtasis hagiográfico, don César nos comunica -burla burlando- que Lutero consiguió la consagración legal del principio de libertad religiosa. César, campeón, esto ya es demasiado fuerte. Si el PSOE cifra en la revolución francesa el comienzo de la libertad de pensamiento (antes, al parecer, la gente ni pensaba) Vidal convierte a Lutero, precisamente al monje agustino, en el paradigma de la libertad religiosa. Lo que consagró Lutero fue la politización de la religión, que acabó con la libertad religiosa medieval, al grito de cuius regio, eius religio, lo que costó unas cuantas décadas de matanzas y el consejo de Lutero, a los príncipes ante las revueltas de campesinos que se habían creído eso de la libertad y no estaban dispuestos a aceptar el credo de su príncipe: Exterminadlos. Y se aplicaron a ello con gran entusiasmo.
Joé con la libertad de Lutero.
Cesarón: tú eres el más grande.
Eulogio López