Barack Obama ha presentado un plan económico que, en pocas palabras consiste en salvar con dinero público a los intermediarios y millonarios de Wall Street, fabricar dólares, aprovechándose la deflación que nos asola, forzar el déficit fiscal sin que Bruselas le llame al orden y una imperceptible reducción de impuestos.

No me gusta, porque no acabo de entender que todos paguen las barbaridades de los especuladores, pero es algo.

Su admirador, Rodríguez Zapatero se distingue de Obama en que, en lugar de hacer que el pueblo -sí, he escrito 'el pueblo', es un concepto de tiempos pretéritos pero tan presente y existente como en tiempos pretéritos- pague a los ricos y especuladores -no todos los especuladores se hacen ricos, de hecho, muchos terminan vendiendo fondos de renta fija por las calles-, nuestro ZP sencillamente no hace nada. Es una política muy semejante a los de los delanteros del Real Madrid. Mientras, la situación económica se desboca, pero el pueblo español está aborregado, y si se da a la rebeldía se da contra el vecino de rellano, no contra el poder que, si hace lo que hace, alguna razón tendrá para ello.

Por eso, el señor Zapatero se plantó el martes en el Congreso con una chulería impropia del momento. Le importa un bledo haber llevado a España al desastre, porque la estupidez de la oposición y una televisión controlada por La Moncloa, describen una España en la que todo pasa por las divisiones en el Partido Popular, supongo porque son las divisiones internas del PP las culpables de los 4 millones de parados.

Ayer, como respuesta a las acertadas pero deslavazadas críticas de Rajoy sobre su política económica, ZP respondió con la chulería que le es propia en los últimos tiempos, desde que, gracias al juez Garzón, el lleva ocho puntos de ventaja -eso puede ser mayoría absoluta- al PP en las encuestas: anunció una medida ridícula, demagógica, verdaderamente necia, como es reducir el gasto público en menos de 2.000 millones de euros -una broma- y se dedicó a recordarle al líder de la oposición que su partido está en el juzgado de Garzón... que para eso existe Garzón. Un discurso, por cierto, muy alejado de utilizado en tengo una pregunta para usted, con aquellos confesados desvelos por los parados, que llegaban hasta su tálamo conyugal.

El presidente del Gobierno acabará como Alejandro Lerroux, aquel divertido -es un decir- demagogo de la II República, que se cambian de traje para impartir doctrina en tierras de secano: rigurosa etiqueta para Madrid y chaqueta de pana en Navalmoral de la Mata. El domingo, rodeado de sus fieles progres, ZP enarcaba las cejas y se colocaba como barrera ante el pérfido despido libre. El martes, en el Congreso, mientras su ministro Solbes aseguraba que el Estado ya obtenía más recursos contra la crisis y que era la hora de volver a la disciplina fiscal, aprovechaba un pleno económico para burlarse de las divisiones en el PP. Lerroux en estado puro. Cuando ZP se vaya, pongamos en cuarenta años, en verdad que a España no la va a conocer ni la madre que la parió.

Eulogio López

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