Al parecer, una cosa es la popularidad y otra los votos. Por ejemplo, el denostado Álvarez del Manzano ganó las elecciones a la Alcaldía de Madrid por los mismos votos que su sucesor, Ruiz-Gallardón. Sin embargo, este era conocido como uno de los puntales del PP, mientras el otro, Manzano, era objeto de mofas y, oyendo al personal, uno se preguntaba de dónde llegaban aquellos millones de votos que le hicieron regir la villa y corte durante 12 años y de forma ininterrumpida, gracias a vencer tres elecciones por mayoría absoluta. En dos de ellas, obtuvo más porcentaje de votos que Gallardón y en la tercera (1999) se quedó muy cerca de la estrella emergente. El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, se convertirá, por decisión de Mariano Rajoy, en estrella del próximo Congreso del Partido Popular. La verdad es que es lógico. Rajoy prefiere meter a la zorra en la gallinero (Gallardón le disputará la primogenitura en el primer partido de la oposición a la menor oportunidad) antes que acudir a una regeneración del partido. Dicho de otra forma: a lo que más teme Rajoy no es a la vuelta de José María Aznar, sino al voto en valores. Mejor: a aquellos de sus compañeros que todavía creen en una serie de valores, predominantemente cristianos. Teme a aquellos altos cargos del PP que se opusieron, por ejemplo, a la equiparación entre matrimonio y parejas gay que pretendía Rajoy en el programa electoral del 14-M.

 

Con Gallardón como titular de la ponencia política (la más importante), no hay peligro de que el partido se regenere. El PP seguirá siendo lo que ha sido durante ocho años de Aznarato: pura tecnocracia, pura gestión. Ese es el camino en que mejor se mueve Rajoy. Merece la pena correr el riesgo de un Gallardón, conocido en la sede del Partido Popular como el "Tocahuevos".

 

Porque Gallardón, además, es mucho más que un tecnócrata. Gallardón no es de izquierdas ni de derechas, es gallardonista. Por eso, no dudó en romper con uno de los puntos fuertes del Partido Popular: La reducción de impuestos. Nada más llegar a la Alcaldía, decidió una subida del impuesto de bienes inmuebles (la antigua contribución urbana) que los madrileños comenzaremos a experimentar muy en breve, justo el próximo otoño. Rodrigo Rato se tiraba de los pelos, pero Gallardón, con la galanura que le es propia (otros hablan de cinismo) decidió poner a Rajoy, en pleno periodo electoral, entre la espada y la pared: o me apoyas o abro una crisis en el partido. Naturalmente, Rajoy se vio obligado a apoyarle.

 

Como afirmamos en nuestras páginas de información, el Grupo PRISA ve en Gallardón la posibilidad de decidir, no sólo el líder de la izquierda y el presidente del Gobierno, sino incluso, también, quién debe ser el líder de la derecha ahora en la oposición. No lo duden: en este sentido, PRISA apuesta por Gallardón.

    

El juego de Rajoy es peligroso para él mismo, porque la ambición de Gallardón no conoce límites, y porque la política Kleenex (Usar y tirar) del señor alcalde no da mal resultado en un partido en el que cualquier alusión moral se ha convertido en una lamentable pérdida de tiempo. Un detalle, el papel de Ana Botella al frente de la Concejalía de Asuntos Sociales ha pasado a ser nada y menos que nada. Ya no es la esposa del presidente y tiene menos tirón popular que Iñaki Sáez. Fue útil, mas ahora no lo es y resulta prescindible.

 

La actualidad española es muy representativa del lento proceso de muerte de la izquierda y la derecha clásicas, más bien del centro derecha y el centro izquierda, que ha marcado el último cuarto del siglo XX. Por una parte, los socialistas de Rodríguez Zapatero están convencidos de que el embrujo de la palabra progresismo es capaz de cubrir todas sus lagunas, que son abundantes. El progresismo les lleva a creer que desde el 14-M, desde su triunfo electoral, España no vive un cambio de Gobierno, sino un cambio de régimen. Un detalle: la pasada semana varios partidarios del Trasvase del Ebro se presentaron en el Congreso, que en ese momento sesionaba bajo la Presidencia de Manuel Marín. El manchego, imbuido de un sano espíritu democrático, exhaló: "Señora –advirtió dirigiéndose a la más vocinglera de los manifestantes- puede usted seguir en la tribuna y puede decir lo que quiera. Afortunadamente, ahora vivimos en un tiempo en el que se puede decir lo que se quiera".

 

¿A qué tiempos se estaba refiriendo Marín? ¿A los tiempos de la Ominosa, que terminó hace 29 años? ¿O se estaba refiriendo al Partido Popular, al que los socialistas niegan la condición de demócratas?

 

Por la otra parte, contamos con la tecnocracia del PP. Progresismo es paro, bramaba Aznar cuando todavía estaba en La Moncloa. Y es muy cierto, pero el paro no es la esencia del progresismo, sólo el resultado de la política económica del Felipismo, que es una modalidad, hay muchas, de progresía.

 

No, el Aznar de ahora dice cosas tales como ésta: con motivo de la presentación de su libro "Ocho años de Gobierno", Aznar explicaba que seguía creyendo en el matrimonio natural entre hombre y mujer. Sus palabras fueron: "Me gusta el modelo familiar (tradicional) pero respeto otros modelos de convivencia". Ya saben: el centro-reformismo es algo y su contrario. Es estar un poquito embarazada o "ser un poquito…". Porque la verdad es que las ideas y los modelos no se respetan: lo único que merece respeto es el hombre. A las ideas hay que analizarlas, rectificarlas o ratificarles, menearlas, revolverlas, triturarlas, invertirlas, manosearlas… Lo único que merece respeto son sus portadores. 

 

Aznar y el centro reformismo tecnocrático, el mismo que ahora hereda Mariano Rajoy, repiten el estilo Geraldine Ferraro, aquella candidata demócrata a la Vicepresidencia norteamericana en las elecciones de 1984: "Como católica estoy contra el aborto, pero debo respetar a las personas que, en uso de su libertad, piensen lo contrario". El abortista New York Times no tardó ni un día en responderla: "Lo suyo no nos sirve señora. Es como si, durante la Guerra de Secesión, usted hubiese afirmado: Personalmente estoy contra la esclavitud, pero debo respetar a quien, en uso de su libertad, decida tener esclavos". Pues Aznar y Rajoy y Gallardón hacen lo mismo. Si acaso, Aznar todavía está dispuesto a anteponer sus valores como moralmente superiores. Rajoy y Gallardón, ni eso. Para ellos sólo existe un valor inamovible y sagrado: su propio mantenimiento.

 

Como afirma uno de los más famosos asesores de imagen del Partido Popular: "Cuando tú y yo nos hayamos ido, Rajoy seguirá utilizando coche oficial". Y Gallardón, además, bastón de mando.

 

Eulogio López