Sí, los anticonceptivos pueden emplearse para regular el ciclo, aunque sabrá usted mejor que yo, que en cuanto dejan de tomarse dejan de regular. Y sí, el uso con este motivo mientras se mantienen las relaciones conyugales sabe a excusa. Si ya sé que en las navajerías venden cuchillos que pueden servir para matar, pero el objetivo principal de un cuchillo no es el de matar, sino el de cortar alimentos. El anticonceptivo, como su mismo nombre indica, está hecho para no concebir, y, como usted sabe mejor que yo, todos los anticonceptivos puestos a la venta pueden ser abortivos. De la misma forma que no se nos permite disparar en una calle, aunque parezca desierta, cualquiera que sepa que la vida humana comienza con la concepción, con un individuo distinto, sabe que no debe vender aquello que puede matar al inocente.
Sobre el anticonceptivo, no tengo dudas: un farmacéutico católico no debería venderlo.
Vamos con el condón. El condón no mata, tampoco evita la transmisión de enfermedades: lo que evita es la fecundación. Por tanto, supongo que aquí sí cabe un distingo entre el farmacéutico católico el no católico. No matar es de ley natural, que el sexo debe tener carácter unitivo y procreativo (de entrega al toro y abierto a la vida) no es de ley sobrenatural, más exigente que a la ley natural. Por tanto, un farmacéutico católico no puede vender gomas, el no católico debe responder ante su conciencia de esta forma: considera que el sexo es una tempestad de emoción, una especie de desfogue y que, por tanto, ajeno a la procreación y que el sexo es placer sin entrega y sin compromiso, y sin responsabilidades. Supongo entonces que el farmacéutico no cristiano puede plantearse la venta de preservativos. Pero nada más natural que lo sobrenatural. Quiero decir que, si yo fuera farmacéutico, y no fuera católico, tampoco vendería condones. Por una razón: creo que trivializar el sexo no conduce a otra cosa que al desastre.
¿Es por eso moralmente más negativo el anticonceptivo o la PDD que el condón? Sí, pero recuerden que la teoría del mal menor sólo nos conduce al desastre.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com