En su última visita a España, el presidente de Bolivia, Evo Morales, hizo un llamamiento a las empresas españolas para que invirtieran en su país, a pesar de que venía precedido por una larga cadena de expropiaciones.
Curiosamente, el pasado día 1, al tiempo que inauguraba unas nuevas instalaciones de Repsol, el mandatario boliviano anunciaba por sorpresa, al tiempo que enviaba el ejército a las oficinas de la empresa, la nacionalización de la Empresa Transportadora de Electricidad, filial de la Red Eléctrica Española. En principio nada hay que oponer a la decisión soberana de un país a nacionalizar sus recursos naturales, como hizo hace unos días Argentina con su filial petrolera YPF.
El problema reside en el estricto respeto del derecho internacional y de los contratos suscritos, en especial el pago de la correspondiente indemnización, lo cual resulta dudoso cuando se confunde la expropiación con el expolio.
Tanto Argentina como Bolivia -y esperemos que ahí quede la fiebre nacionalizadora- están dando la impresión de que quieren aprovecharse de la debilidad económica de una España en crisis. Más aún: parecen manifestar una especial hostilidad hacia el Gobierno de Rajoy como contrapartida de la simpatía ideológica que compartían con un Zapatero complaciente hacia el populismo de algunos regímenes americanos.
Lo que sorprende aún más, si cabe, es qué hacía el presidente de Repsol e YPF, cuando Morales, delante de sus narices, enviaba el ejército a REE.
José Morales Martín