La postura de Hispanidad sobre la inmigración está bastante clara, aunque he de reconocer que sólo Juan Pablo II pensaba igual -o sea que le copiamos al Papa sin pagar Copyright-: la única actitud ética ante la inmigración son las fronteras abiertas, que ha sido la tónica habitual durante toda la historia de la humanidad.

Lo curioso es que no lo sea ahora, en pleno proceso de globalización, justo cuando abrimos frontera y levantamos barreras a los capitales y a las mercancías… pero no a los trabajadores, es decir, a las personas.

Recientemente, la ONG Intermón ha afirmado, tras un sesudo informe -en la España de hoy todo llega tras elaborar un sesudo informe- que la economía española necesita 400.000 inmigrantes anuales. No han tardado ni un segundo los sindicatos de izquierda, precisamente la izquierda, en salir al quite ante tamaño dislate -otro precioso neologismo-. Una barbaridad, precarización del empleo, economía sumergida y un montón de males más.

La verdad es que a Intermon, como a todas las ONG, les sobra la ‘N'. Además, en el presente caso, como buena ONG nacida en el seno de una orden religiosa y convertida ahora a la vida civil, vive un curioso proceso de macedonia doctrinal. Da lo mismo, de las macedonias también pueden salir cosas interesantes: aquí tiene razón Intermon, no Comisiones Obreras. Todo lo que sea cerrar las fronteras es racismo, aún considerando dos premisas: la inmigración es mala de suyo: la gente no emigra cuando está bien, sino cuando está mal. Además, emigran los mejores, con lo cual el país no sigue sumido en la miseria. Es cierto que la inmigración genera sueldos más bajos, pero entonces hay que luchar contra los salarios indignos, no contra la inmigración.

En paralelo, surge el caso del tren de Barcelona: un muchacho golpea a una chica ecuatoriana de 17 años. Lo sabemos porque una cámara lo grabó. El presidente del Gobierno dice que es "deleznable". Muy cierto, lo es. Pero me gustaría si el presidente del Gobierno se atrevería calificar de deleznable la actuación de los musulmanes de la madrileña cañada Real, que se enfrentaron a la policía: 42 heridos, de los que 30 son policías. Desobediencia a la autoridad, amenazas de muerte y victimismo consiguiente. Seguramente ZP no se atrevería a calificar de "deleznable" a los habitantes de la Cañada, por la sencilla razón de que eso no es "políticamente correcto". Las esposas de los policías, parteados, golpeados y masacrados a pedradas, seguramente no piensan lo mismo.   

Un país tiene que tener las fronteras abiertas, pero también debe exigir al foráneo que respete su forma de vida, sus creencias, sus costumbres y sus leyes. No es incoherente tener las fronteras abiertas y al mismo tiempo exigir ese respeto. Determinados delitos, como la creación de guettos y resistencia organizada a la autoridad, simplemente deben terminar en la deportación inmediata. Porque los del cañada real también son… deleznables.

Nos parece muy bien que haya muchos islámicos que odien España o que pretendan la re-conquista Al Andalus. Peor eso no significa que se lo tengamos que permitir. Si el señor ZP tuviera el valor para calificar como "deleznable" a los miserables que procrearon heridas a 30 policías, entonces las cosas comenzarían a cambiar y cada cual cumpliría con su deber: el del español, acoger al que viene a España para sobrevivir; el del acogido, responder con respeto y gratitud a quien le acoge.

La incapacidad de ZP para condenar al inmigrante racista y sí al español racista constituye el drama de España. ¿Cómo te van a respetar si tú mismo no respetas tu propia historia?

Por cierto, al tiempo que al agresor de Barcelona se le exhibe con cara, nombre, dirección (algo que, por ejemplo, ningún medio puede hacer con los propietarios de las clínicas abortistas, mucho más criminales que el racista del metro) el vienes 26, tras su declaración judicial, y se comentaba en la prensa que "el agresor racista padece un trastorno mental grave". Ya se sabe que los sacerdotes de la modernidad son los psicólogos, razón por la cual todos acabaremos,  de seguro en el manicomio, pero, en el entretanto, corremos un doble riesgo. El primero consiste en olvidar que las personas no se comportan mal porque estén locos, sino que se vuelven locos por comportarse mal. La gente es libre. El segundo peligro consiste en que las tiranías del siglo XXI se harán en nombre de nuestra seguridad y de nuestra salud. Dicho de otra forma, el agresor del tren de cercanías de Barcelona no necesita un psicoanalista, sino un buen escarmiento disuasorio. De otra forma nos estaremos cargando la responsabilidad individual y, con ella, la libertad. Escarmiento, no linchamiento mediático, que es distinto.   

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com