La cara es el espejo del alma y la justicia es el vivo retrato de la memez social. El Tribunal Supremo, la cúspide de nuestra pirámide jurídica, acaba de exonerar a un profesor de kárate de un instituto de Córdoba por acostarse seis veces con una de sus alumnas de 14 años. Los jurisperitos consideran que eso está dentro de la normalidad, y que si no hubo engaño ni violencia, pues está muy bien que el docente de 31 se refocile con la discente de 14. Una especie de horas extraordinarias, o clases de apoyo.
La verdad es que el Supremo no ha hecho más que repetir los patrones de conducta políticamente correctos ¿No habíamos quedado en que niños y niñas deben tener, desde la pubertad, una total libertad sexual, alejada de principios morales que coarten su conducta? Pues nada más lógico : la niña, perdón, la mujer de 14 años estaba apasionada por el modo en que su profesor partía ladrillos con el canto de la mano, y decidió cohabitar con el susodicho, eso sí, sin compromiso alguno, para vivir una nueva experiencia y, por supuesto, de forma libérrima.
El hecho de que luego sufriera trastornos de personalidad y cuadros de ansiedad (preciosa exclamación esa de los cuadros de ansiedad) no quiere decir nada: Es normal, lo ha dicho el Supremo, eligiendo unas palabras que se aproximan mucho a la habitual disculpa de los pederastas: nosotros no les forzamos, a los niños les gusta.
La verdad es que el problema de esta sociedad es el adjetivo normal. Durante siglos, normal era lo que se atenía a la norma, pero el problema actual es que no admitimos se admiten las normas, ninguna norma objetiva. En tal caso la ley, que no tiene por qué atenerse a la norma de conducta. Con las normas morales ocurre justo lo contrario que con la ley: uno puede violar la norma, pero es mucho más peligroso discutirla o ignorarla. Más que nada porque se hace realidad el viejo adagio de las leyes físicas que, miren ustedes por donde, se parecen mucho a la ley natural y a la ley moral: uno puede evitarlas, pero no puede evitar las consecuencias de evitarlas. Uno es libre para tirarse por un barranco, pero no para evitar las consecuencias de tirarse por el barranco. La cría de Córdoba era libre, lo dice hasta el Supremo, para acostarse con su profe, pero no para evitar las consecuencias de jugar al sexo a los 14 años y sin otro objetivo que probar.
Todo muy normal. Lo que demuestra que tenemos que recuperar el concepto de normalidad, que las normas morales existen... y que tenemos que cambiar la justicia. De arriba a abajo, es decir, empezando por el Supremo.
El problema del relativismo, de la negación de cualquier norma moral objetiva sigue siendo el mismo : ¿Dónde está el límite?
Eulogio López