Hoy es muy socorrida la salud para la inmensa mayoría que no hemos sido agraciados con la lotería; y también el resto del año es muy socorrida la salud, o más bien muy anhelada: que no nos falte la salud, como si éste fuera el bien supremo sin el cual no se es feliz.
Sin embargo, en el matrimonio -la inmensa mayoría de matrimonios- damos testimonio de lo contrario, de que las palabras pronunciadas en nuestra boda no fueron mera fórmula, de que la felicidad -que no es sólo la imagen de la luna de miel, el vivir sin problemas- también se nutre de las noches en vela sobre la cuna de un bebé enfermo, o de la espera ante la puerta de un quirófano, e incluso de la incertidumbre del mañana.
Y es que el matrimonio, y la familia que se forma a partir de él, ese espacio donde -como dijo Juan Pablo II- cada cual es querido por sí mismo y no por lo que tiene, habría que inventarlo si no lo hubiera sido ya desde el mismo comienzo de la humanidad.
En estos días recordamos las dificultades de un matrimonio cuyo Hijo debía nacer en
Belén, y posteriormente instalarse en Nazaret, Sagrada Familia modelo para más de mil millones en todo el mundo.
Amparo Tos Boix