A fin de cuentas, representa al 20% del capital, en calidad de primer accionista, aunque ese 20% esté dividido, dado que otros propietarios de Sacyr, incluido Carceller, que tiene más acciones de la constructora, se oponen a la batalla que Del Rivero ha iniciado contra Antonio Brufau.
Y claro que puede reclamar un consejero delegado. También lo hizo La Caixa en tiempos de Alfonso Cortina.
Y también es verdad que Pemex no ha resultado molesto en Repsol hasta que no ha firmado una alianza con Sacyr para echar a Brufau.
Todo eso es cierto. El problema está en el porqué de la andanada de Sacyr-Pemex. Como sabe todo el mundo, incluido el secretario general de Comisiones Obreras, Ignacio Fernández Toxo, nada sospechoso en una guerra entre dos monstruos empresariales, "lo único que pretende Sacyr es pagar sus deudas", y pagarlas a costa de filetear Repsol. Porque, en efecto, la constructora no vale en bolsa ni 2.000 millones de euros, mientras que sólo por la entrada en Sacyr debe 5.000 millones a los bancos. En otras palabras, quiere destrozar Repsol para salvar Sacyr.
Pero hay algo más importante, no para Brufau ni para Del Rivero, sino para la economía española. Y esto es para lograr su propósito, Del Rivero se ha aliado con la petrolera estatal mexicana. Está claro que Del Rivero no pretende gestionar Repsol, lo que quiere es mandar en ella, que no es lo mismo. Y para ello no ha dudado en meter la zorra en el gallinero. Si Sacyr hubiera comprado el 20% de Repsol con sus propios fondos, sin apalancamiento, como por ejemplo, hizo La Caixa, nada habría que oponer a las ambiciones, legítima de don Luis del Rivero.
Además, ningún país es tan loco -bueno, uno sí, España, que ya lo hizo con Endesa- como para ceder sus empresas estratégicas a un gobierno extranjero, especialmente en tiempos de crisis. Todo país quiere contar con compañías que tomen sus decisiones de inversión en su territorio y que desarrollen su investigación y su gestión de fronteras adentro, porque ahí es donde el Gobierno y la sociedad les pueden presionar para crear puestos de trabajo.
Y eso es lo que se perdería si Sacyr y Pemex se hacen con el poder. Porque no mandaría Sacyr, sino el experto en petróleo y que cuenta, además, con todo el músculo financiero del Gobierno mexicano. En conclusión, si Sacyr y Pemex controlan Repsol no gestionará Sacyr, gestionará Pemex. Y Petróleos de México no es una empresa extranjera, es el Gobierno de México.
Por eso, el problema de la batalla de Repsol no es Luis del Rivero, un empresario que lo único que pretende es salvarse del concurso de acreedores porque, como otros constructores apalancados españoles, compró Repsol endeudándose mucho más de lo que aconseja la prudencia. No, el problema es el ministro de Energía, Miguel Sebastián, amigo personal de Del Rivero, quien apoya la operación. En definitiva, un ministro del Gobierno de España jugando contra los intereses del conjunto de los españoles.
El propio candidato socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, el Partido Popular, el resto de accionistas representados en el Consejo, y hasta Juan Abelló, vocal en representación de Sacyr discrepan de Del Rivero, y Pemex continúan aprovechándose de la actitud de Sebastián.
Curioso.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com