Estoy un poco preocupado por las damas del Partido Demócrata, por las aspirantes a presidenta y a vicepresidente. Doña Teresa Heinz-Kerry (el ketchup siempre delante, y el dinero también) la toma con un periodista y le enseña un precioso dedo, seguramente ensortijado, tieso y erguido, muy poco devoto, a pesar de apuntar al cielo. Y como es la reina del ketchup, amenazó al plumífero con hacer "tragar" cada una de sus mentiras, sin especificar si se refería a la edición papel o a la electrónica. Menos mal que doña Teresa siempre habla "desde el fondo de mi corazón" y no desde la yema de sus dedos.

 

Kerry demostró ser un buen marido, pero, sobre todo, un hombre inteligente: defendió la grosería (la sinceridad, que le dicen) de su señora y afeó la pérfida conducta del "cagatintas", porque, hasta para un presidente norteamericano, resulta menos peligroso un periodista cabreado que una esposa "dolida". En el caso de Kerry, además, una esposa dolida, millonaria y que habla desde el fondo de su corazón, es una subespecie digna de ser tenida en cuenta en todas y cada una de sus actuaciones.   

 

Ahora bien, si doña Teresa Heinz (no confundir con Santa Teresa de Jesús) tiende al ketchup, Elizabeth Edwards, aspirante a la Vicepresidencia (quiero decir, a ser esposa del vicepresidente John Edwards) desprecia los aderezos y acude a la esencia, a la estructura: a las hamburguesas. Por eso, confesó al entusiasta público de la Convención de Boston que el viernes 29 cerraría la fiesta del partido del burro festejando su vigésimo séptimo aniversario de boda… en Wendy. Fue en ese momento cuando la convención estalló en aplausos. La identificación era total, clase media y estilo de vida americano, todo en uno, resultado inequívoco: aniversario de boda en Wendy. Ya sabes españolito: en tu próximo aniversario llevas a tu mujer y la sacias con un whopper en Burger King (menú completo), con doble ración de patas y, naturalmente, ketchup Heinz.

 

Una mujer que celebra su amoroso aniversario en Wendy no podía alejarse del sentir patriótico. Así, Elizabeth, que no hablaba desde el fondo de su corazón sino desde su risueña coraza exterior, nos informó que su padre, precisamente su padre, tenía "algo en común con John Kerry y tantos de los hombres y mujeres uniformados de este país: lo que hay que tener". Luego, seguramente preocupada por el mal papel que hacía su señor esposo, a la sazón John Edwards, apostilló: "Me casé también con un hombre que tiene lo que hay que tener". En América, casi todos los hombres, uniformados, claro, tienen lo que hay que tener. ¿Y las mujeres? Proteicas  hembras, gracias al ketchup Heinz y a los aniversarios en Wendy.

 

Esto es importante. Pero la verdad es que los esposos de las dos damas, John y John, presentan otros problemas. Sus teorías económicas apenas difieren de las de los republicanos, quizás con la diferencia de que los demócratas, que aprendieron de Bill Clinton la lección de la ortodoxia fiscal, pretenden congelar el gasto público. Kerry, en ese punto, se parece a Aznar más que a Bush.

 

Respecto a la política internacional, poco que decir. Toda la convención demócrata ha sido un intento de convencer a los americanos de que Kerry es un líder que puede defenderles del terrorismo internacional tan bien o mejor que Bush. Que, al igual que Bush, Kerry respaldó la guerra de Iraq, sólo que lo habría hecho mucho mejor que Bush. Y que, en suma, Kerry es tan militar (mucho mejor, porque acumula medallas, mientras Bush se escaqueó), tan peleón, tan patriota como el que más y que, en cualquier caso, "tiene lo que hay que tener". 

 

A ver si nos entendemos: en Norteamérica ocurre lo contrario al mundo hispano. Aquí el patriotismo se esconde, allí se exhibe. Aquí la gente pide perdón por sentirse español, en Estados Unidos pide perdón por no ser lo suficientemente patriótico. Así que republicanos y demócratas se empecinan por competir en lo que aquí tildaríamos de posturas cuasi-fascistas.

 

Con la religión ocurre lo mismo que con la patria. El norteamericano considera una gran tontería el laicismo europeo, empeñado en que un hombre deje su fe en casa, como quien se quita el sombrero al saludar a una dama (incluidas las que celebran su aniversario en Wendy). Kerry y Bush no sienten ninguna vergüenza en manifestarse cristianos. El político norteamericano es mucho menos religioso de lo que pregona en sus discursos. En Europa, ocurre justo lo contrario: Zapatero acude a Santiago de Compostela pero no abraza al Patrón de España, no le vaya a dar calambre progre.

 

¿Dónde está pues, la diferencia entre republicanos y demócratas? Pues en lo de siempre: en la vida (y la familia) y en el racismo. Los republicanos, (no todos, no los "neocom", para los que el aborto es una molesta cuestión que conviene evitar) de Bush defienden la vida del no nacido. Asimismo, Bush se opone a la disgregación social, e individual, que supone la homosexualidad y las uniones gay. Por el contrario, Kerry se empeña en acudir a comulgar, desafiando a la jerarquía católica, al tiempo que su señora, Teresa Heinz, por si lo habían olvidado, así como la de su vicepresidente, que al parecer también tiene lo que hay que tener, continúan con su discurso feminista: es decir, que viva el aborto.

 

Pero eso sí, los aniversarios en Wendy, con todo lo que hay que tener y con todo lo que hay que comer.

 

Eulogio López