España pasa hambre. Sí, tal y como se escribe, lee y suena en las calles de todas las poblaciones de nuestro país como una letanía en el ocaso de la dignidad humana.
Ya muchos ciudadanos recuerdan en la lejanía años de bonanza económica ahora superfluos dudando de la realidad de aquellos tiempos como si hubiera sido un sueño liviano, algo irreal que solo tuvo un momento de protagonismo en nuestra historia contemporánea y del que solo quedan resquicios en la memoria de muchas familias que en estos momentos pasan penurias para subsistir amargamente.
Las sociedades, cuyos integrantes -nosotros- son desplazados de un determinado lugar en el que pertenecieron tiempo atrás, cambian de manera inesperada; ya no existe la clase media -cuellos blancos- que contribuía a unir la más adinerada con la menos afortunada económicamente hablando. Esto ha hecho que la más débil haya sido superada de manera ostensible por todos aquellos que lograron mantener un status apreciado solo por el poder adquisitivo.
La sociedad se ha vuelto contra la sociedad que siempre estuvo en su sitio por mucho que el bienestar social aparente sugiriera lo contrario. Los ciudadanos que tuvieron el privilegio de una estabilidad familiar derivada de un empleo digno y remunerado como su trabajo merecía, han visto la realidad de esa onírica sensación desaparecer de su entorno con la misma rapidez que llego en su momento.
Pero ¿Qué ha ocurrido ¿Cómo se ha podido llegar a semejante situación Son preguntas e incógnitas que no se resumen en un instante, necesitan una equilibrada reflexión para acercarse a la cabecera del problema.
Pongamos por delante que la clase adinerada ha sido la menos -o nada- desafortunada a consecuencia de la crisis que asola nuestro país, bien por los ahorros a buen recaudo o un puesto de trabajo insustituible por mucho que el mercado laboral haya caído hasta el fondo -26,5% paro de P.A.-.
Es el conflicto de la extinguida clase media con unos salarios rebajados la que ha desplazado a los menos preparados de sus empleos y con ello, arrastra a la precariedad las retribuciones de los que son necesarios únicamente en puestos de segunda, que han pasado a ser mano de obra barata con libertad patronal a ser despedidos cuando el momento requiera, sin demasiados problemas.
Argumentos los hay para dar y tomar, explicaciones por parte de los representantes públicos -Gobierno- menos. Uno de los principales ha sido el derroche masivo de las entidades bancarias en busca de unos pingües beneficios a corto plazo, soltando lastre desenfrenadamente –préstamos personales, créditos inmobiliarios, líneas de descuento, tarjetas o hipotecas- a troche y moche; con absoluta impunidad por parte de las administraciones.
El dinero fluía por todos lados como si el rey Midas se hubiera personificado como emblema de las entidades y con su mágico dedo, apuntará un crecimiento que parecía no tener fin pero, lo que era un vergel económico se convirtió de la noche a la mañana en el infierno para muchos ciudadanos españoles y las familias comenzaron a interpretar la realidad que les sacó de su ilusoria representación, está vez en forma de promesas patéticas de recuperación que ocultaban su verdadero contenido hasta bien llegado el momento preciso de sacarlo a escena.
Así, de una manera tan salvaje como llegó, se esfumo el sueño de los españoles; los números acreedores sin embargo siguieron su camino hasta llegar al límite de la confianza ficticia pactada con los bancos, y esto, no tardaron en tomar decisiones con las que recuperar balances estratosféricos, con el beneplácito del Gobierno (desahucios).
¿Qué pasó a continuación No es complicado de resumir tal aspecto, los impuestos, las reformas y los recortes, se convirtieron en la manera más cómoda de salvar del desastre a aquellos que juraron tener la solución al problema. Ahora ya es tarde para muchos de los protagonistas de aquellos días de esplendor que han pasado a formar parte de esa clase social cada vez más creciente, la indigencia; un azote para los ciudadanos de bien que no pudieron resguardarse del holocausto económico que se llevó todos sus sueños.
Se visualiza de forma alarmante en las calles lo que ha quedado de la calidad de vida y el bienestar social de este país; abogado al desastre de su sistema de salud, al abandono cada vez más numeroso en los estudiantes universitarios de alumnos con los problemas de sus familias obstaculizando su futuro y a una investigación más preocupada en crear utensilios de recaudación –como el robot "Pegasus" diseñado para sancionar conductores con un costo de 150.000 euros que no tendrán problemas para recuperar en cuestiones de semanas-, que a estudiar programas de sostenibilidad equitativos para los colectivos más necesitados.
El ocaso de la prosperidad se nos ha venido encima sin apenas percibirlo, ha generado una alarma social sin precedentes -incluso la anterior a 1970- por la discriminación, el riesgo de exclusión y las desigualdades sociales que la crisis ha traído bajo el brazo de la apatía política.
España pasa hambre, penurias inconcebibles en un país del siglo XXI que se acercan a la pobreza inmediata severa sin nada a que agarrarse en su caída.
¿Quién tuvo la culpa Eso realmente es lo que menos nos importa en estos momentos, el que fuese ya tendrá la sociedad y la historia tiempo para recriminárselo cuando estime oportuno; la primera actuación de los que tienen la obligación de llevar a cabo el reflote de la economía, suficiente para obstaculizar el paso a una precariedad social insufrible, debe ser la de unir las fuerzas necesarias para tirar del mismo lado.
Hay miles de españoles que carecen de recursos para sobrevivir a diario, miles de niños con riesgo extremo a los que alimentar convenientemente, cientos de miles de ciudadanos en edad de trabajar -20/55 años- que desean construir de nuevo un país donde vivir dignamente y que tan sólo necesitan la oportunidad de poder hacerlo sin demasiadas trabas y sin ser despojados de lo más intrínseco de su persona, la dignidad.
Juan Antonio Sánchez Campos