- Vivimos en tiempos proféticos. Por tanto, no deberíamos extrañarnos de la profusión de locuciones y apariciones.
- En Sábado Santo, Dios permanece en silencio. Es la pausa entre la muerte cruel del viernes y la resurrección gloriosa del domingo.
- Pero el silencio de Dios en 2014 es un silencio estruendoso, estentóreo y retumbante.
En la Edad Media, ese tiempo maravilloso, aunque hoy goce de mala prensa, negar la profecía y las revelaciones extraordinarias era propio de personas prudentes. La sociedad era cristiana y, por tanto, el peligro consistía en el iluminismo, en los falsos profetas, en la cantidad de majaderos y, aún más, de orgullosos, que se creían en contacto directo con Dios.
Por otra parte, recuerden que la mayoría de quienes, a lo largo de la historia, han recibido revelaciones extraordinarias, no suelen ser cardenales, ni intelectuales, ni teólogos, ni filósofos, sino almas sencillas, por lo general sin formación. La sabiduría del hombre es necedad ante Dios. Él no precisa de la sabiduría humana para manifestarse, sabiduría que, además, no deja de ser uno de sus dones y no el más importante.
Todo cambia con el buen Descartes. Un buen hombre que lo lío todo y que no cayó en la cuenta de que el ser humano es un sujeto derivado, que no existe porque piensa sino que piensa porque existe. Con el francés nace la modernidad y el hombre comienza a desconfiar de Dios y, en consecuencia, empieza a desconfiar de sí mismo, de su propio ser racional. No son los sueños de la razón los que producen monstruos sino la desconfianza en esa razón la que ha dado lugar a la era más homicida de la historia.
Hoy, en plena postmodernidad, es decir, en plena era de la Blasfemia contra el Espíritu Santo, el hombre, ya perdida la confianza en Dios y en sí mismo, alcanza un estrado más peligroso: sólo confía en sus propias aberraciones, en Satán, al que pretende adorar. Ya conocen la fórmula: consiste en el convencimiento de que lo malo es lo bueno y lo bueno es lo malo. Es el triunfo del infierno, aunque triunfo temporal.
Y es precisamente por eso, por lo que, despreciar las manifestaciones extraordinarias y el conocimiento profético puede resultar particularmente grave, puede producir, nada menos, que el hastío de Cristo. Es más: la tragedia no es que el hombre se haya hastiado de Dios sino el peligro de que el Dios, hastiado de la ingratitud humana, se aleje del hombre.
Sí, ya sé que Dios nunca se cansa de la infidelidad de las personas, pero la única norma que el Redentor se ha autoimpuesto es que no puede trabajar sin la libertad del hombre. Ya saben, Jesucristo no desea ser amado por robots programados.
Marga, esa profeta madrileña a la que Dios y Santa María se están revelando, hoy y ahora (autora de los libros "La verdadera devoción al corazón de Jesús" y "El triunfo de la Inmaculada") narra el siguiente diálogo con Santa María:
-Todas las almas que en estos tiempos escuchan y ponen por obra mis mensajes, serán el ejército con el que yo lucharía.
-¿Y los que no conozcan Mensajes –pregunta Marga.
-Yo me manifestaré con mensajes a ellos de una u otra manera.
Esto me lleva a concluir que el cambio operado en los corazones, en buena parte se deberá a manifestaciones extraordinarias. Prosigue:
-Madre, ¿y los que no acojan esos Mensajes
-Les será muy difícil entender y resistir. No digo que no lo vayan a hacer. Sólo que les será muy difícil.
Decía Clive Lewis que, en nuestra era, la principal tarea del demonio es hacer que los hombres corran con mangueras a las inundaciones y con barcazas a los incendios. Este es un tiempo extraordinario donde las revelaciones extraordinarias no son sólo un complemento necesario sino la clave de la salvación humana y, con ella, de la historia entera. Precisamente por esto, hay que resucitar de las alforjas del Espíritu el olvidado don del discernimiento para distinguir en el grano de la paja o el fruto del veneno: a los verdaderos profetas de los falsos.
En plata, que tendemos a pensar lo siguiente: en los siglos XX y XXI hay demasiadas apariciones Jesús de la Virgen, ergo, son todas falsas. No. Lo que ocurre es que para tiempos extraordinarios, de extraordinaria confusión, se precisan revelaciones extraordinarias que marquen el camino, por muy extraño que nos parezca la vereda que nos marcan. Entreveradas entre esta explosión de misticismo, hay muchas majaderías, pero no se preocupen, los corazones nobles identifican la maldad de los impíos. La conciencia propia es el mejor consejero.
La misma Marga escribe la siguiente revelación sobre la oposición de algunos mandatarios eclesiásticos de nuestro país: "Responsable la jerarquía española. Decidme por qué cerráis el paso a toda manifestación extraordinaria a esas mis ovejas. Taponáis el paso del Espíritu Santo a mi grey. Situados en la puerta, ni pasáis ni dejáis pasar".
¿Significa esto que debamos desobedecer a la jerarquía Por supuesto que no. Con los obispos, la actitud del cristiano debe ser de oración, defensa y afecto, no de crítica (por eso me fastidian tanto los vaticanólogos). Sencillamente: no conviene desoír a los profetas y darnos cuenta de que, para tiempos extraordinarios, revelaciones extraordinarias… y hechos extraordinarios. A fin de cuentas, desde Cicerón, un precristiano, sabemos que la corrupción de lo mejor es lo peor. Y desde el precitado Clive Lewis sabemos que las mayores aberraciones son las que se cometen al lado del altar.
Dicho esto: en Sábado Santo, Dios permanece en silencio. Es la pausa entre la muerte cruel del viernes y la resurrección gloriosa del domingo. Pero el silencio de Dios en 2014 es un silencio estruendoso, estentóreo y retumbante. Nos avisa, conmina y empuja hacia la conversión, por vías ordinarias y extraordinarias. Por lo tiempos en que vivimos, los de la gran tribulación, y porque, también, el hombre es un hecho extraordinario en un universo ordinario.
¿Silencio de Dios ¡Anda ya! Lo que pasa es que estamos sordos.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com