Lágrimas de emoción resbala por mis ojos. ¿Para qué ocultarlo? Este viejo corazón no puede resistir tantas emociones.
Lo malo de la sociedad progre en la que vivimos es que, al no aceptar la verdad objetiva -ni la moral objetiva que de ellas se deriva- se ven obligados a recurrir a la ley lo que les hace la vida muy burocrática, muy complicada, además de confundir las churras con las merinas.
Porque no todo lo que es inmoral es ilegal. Por ejemplo, pagar el salario mínimo por una jornada laboral de 40 horas no es ilegal, pero es inmoral. El adulterio es cosa fea y moralmente repugnante pero no debe ser penado con una estancia en prisión.
Además, el lobby gay con su habitual estilo claro, conciso, transparente, inequívoco, confunde la condena moral de la homosexualidad con la condena legal del homosexual, que es cosa distinta. No sé si lo hacen interesadamente, pero percibo una cierta obsesión en tergiversar al adversario. Porque, naturalmente, estar contra la homosexualidad no consiste en perseguir al -eso no lo hace la Iglesia, sino el Estado, no la norma moral, sino la norma legal- homosexual, de la misma forma que perseguir la pobreza no es perseguir al pobre o combatir el sida consiste en combatir al sidoso.
Sí, sé que el problema consiste en que la ley se utiliza como referencia moral, pero es porque conservamos la referencia legal -siempre coercitiva- y hemos perdido el referente moral, pero no es culpa del referente, sino de nosotros, los progres del siglo XXI.
Este es el problema de la resolución ONU, que muchos extraen la sigue conclusión: si la homosexualidad se despenaliza es porque la homosexualidad es buena, Y no, no lo es.
Y esto es bello e instructivo. Lo terrible es que hay que explicarlo.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com