Prepararas al mundo para mi segunda venida". (Punto 873 de la Divina Misericordia). "Te pido por el inconcebible poder de Tu misericordia que todas las almas que mueran hoy eviten el fuego infernal, aunque fuesen los pecadores más grandes; hoy es viernes, el memorial de tu amarga agonía en la cruz; como Tu misericordia es inconcebible, los ángeles no se sorprenderán. Jesús me abrazó a su corazón y dijo: Hija amada, has conocido bien el abismo de mi misericordia. Haré como lo pides, pero no dejes de unirte continuamente a Mi Corazón agonizante y satisfaz Mi justicia. Debes saber que me has pedido una gran cosa, pero veo que te la ha dictado el amor puro hacia Mí, por eso satisfago tu petición".
La izquierda italiana, así como los aliados de la derecha pagana neofascista del propio primer ministro italiano, está forzando una peligrosa tendencia dirigida a perdonar a Berlusconi el bunga-bunga. Es una tentación casi irresistible. Izquierda y neofascismo se han empeñado en aguar la ceremonia de beatificación de Juan Pablo II, que se celebrará el próximo día 1 de mayo, solemnidad de la Divina Misericordia y que ellos consideran la Fiesta del Trabajo. Tampoco va a pasar nada: se espera que 3 millones de polacos invadan la capital italiana ese día, una marea irresistible.
Y es que la Divina Misericordia fue la nueva -y única- solemnidad religiosa, la única implantada por Juan Pablo II, poco amigo de novedades de litúrgicas porque era hombre convencido, al igual que su sucesor Benedicto XVI, que la liturgia no es innovación, sino repetición solemne.
El 2 de abril se cumplieron seis años desde la muerte de Juan Pablo II, en las vísperas de la Divina Misericordia En su agonía, Juan Pablo II pudo escuchar -y comulgar, con el sanguis-. La providencia quiso llevárselo consigo justamente ese día. El momento más importante de la vida es la muerte; en este mus de la existencia te la juegas a una carta, aunque la carta suele venir preparada desde mucho antes que el tránsito.
El ceremoniero polaco de Karol Wojtyla, su compatriota Konrad Krajewski, ha relatado en el Observador Romano, recogido por Zenit, no sólo el momento sino su significado, bajo el siguiente título: "Hace seis años, de rodillas, ante el lecho de muerte de Juan Pablo II". Krajewski nos cuenta un viejo proverbio polaco: "Todavía no nos conocemos porque no hemos sufrido juntos". La verdad es que la alegría es un árbol que tiene sus raíces en forma de cruz. Lo asegura el catecismo y lo certifica la historia. El semblante risueño del Papa polaco sólo se conseguía cuando uno atesoraba mucha alegría porque "Vencedor de la muerte, has abierto a los creyentes el reino de los cielos".
Si Santa Faustina se refiere insistentemente a ese momento clave de la existencia terrena cuando te juegas la vida eterna, el común de los mortales sentimos tanto miedo al momento que tendemos a ocultarnos con tantos subterfugios como eufemismos. Es nuestra manera de conjurar nuestra inseguridad sobre nuestros méritos.
Tanto Faustina Kowalska como Karol Wojtyla tenían una obsesión alegre con la muerte. Tenían, en suma, sentido de pecado. Lo que más me ha llamado la atención del genial relato de Krajewski sobre las últimas horas del pre-beatificado han sido estas palabras: "A menudo bastaba mirarlo para descubrir la presencia de Dios y, así, comenzar a rezar. Bastaba para ir a confesarse: no sólo de los propios pecados sino también de no ser santos como él".
Es curioso que el Papa que más alocuciones y discursos ha recitado y que más encíclicas y documentos pontificios -incluido el catecismo de la Iglesia católica- fuera bastante lacónico, como fiel seguidor del viejo refrán castellano que asegura que "el mejor predicador es Fray Ejemplo". Nadie da lo que no tiene pero cuando se tiene no hacen falta palabras para darlo: Juan Pablo II tenía sentido del pecado, ese pequeño detalle que Pablo VI consideraba el mayor problema del cristianismo actual: movía al arrepentimiento sin necesidad de expresarlo con palabras, fiado, como su canonizada Santa Faustina, en la misericordia de Dios. Y el arrepentimiento es la clave la plenitud humana. Sin arrepentimiento no hay cambio, sin cambio no hay progreso: progreso humano, que es el importante, no social, que es secundario y que no es posible sin el primero.
Otra noticia de Zenit merece ser reseñada. Benedicto XVI se dispone a celebrar el 27 de octubre de 2011 en la localidad de Asís el vigésimo quinto aniversario del día en que Karol Wojtyla reunió en la localidad natal de Francisco de Asís, a líderes de las más diversas religiosas para rezar juntos por la paz. ¿Por qué por la paz Porque posiblemente fuera el único concepto del que ninguno de los líderes presentes podría discrepar.
A esta contradicción del 'conservadurismo eclesiástico' me refería yo días atrás. En ese documento de marras que circula por Internet, tan riguroso como mentiroso, tan documentado como venenoso, sobre Juan Pablo II, una de las acusaciones era precisamente esa apertura a falsos credos, al parecer escandalosa para "el enemigo interno"que anida en las estructuras eclesiásticas: los vaticanólogos, un coñazo de mucho cuidado. Porque tan eximios y más bien anónimos representantes del anti-juanpablismo, aseguran en el mismo y ponzoñoso documento que Benedicto XVI ha tenido que limpiar toda la suciedad que dejó Juan Pablo II y señala la Reunión de Asís como el paradigma del anti-higiénico Wojtyla, pues al parecer, a su sucesor, el espléndido Papa alemán de ahora mismo, también le gusta la inmundicia.
Y todo esto sólo demuestra que Juan Pablo II era capaz de llegar hasta las mismas puertas del infierno -eso sí, ni un paso más- para salvar un alma. Esto es, para que ese alma afrontara la muerte, la cita más relevante de la vida, en condiciones de sentarse en el banquillo con posibilidades de sentencia favorable.