Día de Todos los Santos. Ya saben, aquello de "sed perfectos como nuestro Padre Celestial es perfecto", la llamada universal a la santidad que recordara el Concilio Vaticano II. Y luego viene el Día de Difuntos, que no es el hortera Halloween, sino la jornada dedicada a los difuntos. Dos realidades cristianas, santidad y muerte, que coinciden en algo: no solemos entender ni la una ni la otra.

Hablemos en laico -¡observen lo progresista que me he vuelto!-, en científico. ¿Qué es la muerte Es la separación del alma y el cuerpo. La muerte se produce en el momento en el que el alma deja de animar al cuerpo, así que éste se separa, descompone, pudre y se mezcla con otras materias.

La demostración de que el alma existe es clara y cualquier persona, también los iletrados, de hace 100 años lo sabía perfectamente... aunque no hablaran de células. Cada una de las células que componen nuestra materia mueren y son sustituidas por otras nacientes Ni una sola de nuestras células es la misma que las de hace 10 años (en un bebé, el proceso se completa en pocos meses). Sí, también las neuronas modifican su estructura química. La materia muere de continuo; el espíritu es inmutable.

Por tanto, vencido el ciclo de muerte de todas sus células y su recambio por otras, un hombre no sería el mismo hombre si sólo fuera materia. Yo, Eulogio López, no tendría nada que ver con el niño Eulogio López. Y, sin embargo, soy el mismo. Por eso tengo historia, por eso soy el mismo de ayer.

En definitiva, es el alma -o lo inmaterial, o el espíritu, o la personalidad, o como quieran llamarlo) quien permanece desde su creación y para siempre. ¿Qué es el alma El alma es aquello, inmaterial, que conoce y ama (u odia que hay para elegir) aquello que no muere. En el caso de la especie humana, hablamos, además, de un alma racional, por tanto, pensante y libre. El perro muere, pero el alma racional del hombre pervive a la muerte de su cuerpo... porque es racional.

Por tanto, la existencia del alma, del espíritu, es demostrable, de forma empírica e inductiva, indubitable. El alma no muere, muere el cuerpo... y de ahí nace el culto y el afecto a los fieles difuntos.

Para llegar a la existencia de Dios entramos en el pensamiento deductivo (el único pensamiento existente, que diría Hilaire Belloc). Si existe un alma racional es porque alguien la ha creado. Pero no entro en ello ahora. Me quedo en que la existencia de espíritus es algo mucho más evidente e, incluso, prosaico.

Por tanto, el alma sobrevive a la muerte y la muerte no es el final, es el principio. Por eso los antropólogos consideran que el culto a los difuntos es el comienzo de la civilización, y cuando nos abandona a los difuntos es porque sus sucesores son tipos racionales que pueden comprender o no un razonamiento tan evidente, pero sabe que la muerte no es el final.

Por tanto, ahora ya en cristiano, no en laico, hay que distinguir entre el miedo a la muerte y el miedo a morir. Lo segundo es cristiano porque es humano. Lo primero, el miedo a la muerte, es propio de un cristiano sin fe. Con la muerte no se acaba nada, pero la agonía de dejar este mundo, a los seres queridos y al juicio, resulta muy humano y muy cristiano. Lo que no es cristiano es no hablar de ello porque nos provoque miedo.

Y luego hay que distinguir entre el sentido cristiano de la muerte y Halloween. Este culto druídico no es más que la satanización de la muerte. Los demonios no creen en la vida eterna: saben que existe la vida eterna, es decir, la vida fuera del tiempo, que es donde ellos habitan, en tanto son espíritus sin materia. Halloween es eso: la satanización de la muerte: disfrazar el espíritu de materia, una materia, por lo demás, feísima.

Y además, Halloween es una horterada enorme.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com