José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno de España, ha afirmado que ninguna fe puede imponerse a los ciudadanos y por eso todos los alumnos tienen que estudiar su asignatura Educación para la Ciudadanía.

¿Quién impartirá la asignatura, señor presidente? Yo se lo voy a decir: el profesor nacionalista que reniega públicamente de la Constitución española; el que pide la liberación de los presos condenados por terrorismo, de la eutanasia, de las drogas, de la venta de órganos o de la pedofilia. Estos docentes tienen el derecho a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra y el escrito.

Pero con Educación para la Ciudadanía -asignatura obligatoria que se impartirá a los escolares españoles entre los 10 y 17 años- los profesores no solo imparten conocimientos de educación cívica, luego evaluables para obtención de becas. También transmiten unos valores muy concretos y unos principios de ética personal y social. Por lo que sus manifestaciones y conducta extraescolar adquieren gran importancia. Salvo que padezca desdoblamiento de personalidad, los ejemplos de clase estarán en consonancia con su vida, creencias, opiniones y comportamiento.

Examinando los objetivos de la asignatura y leyendo los libros de texto ya en venta, se comprueba que Educación para la Ciudadanía no es una asignatura aséptica. Ni neutral. El profesor se siente interpelado en cada página. Aquí ya no sirve apelar a sus competencias académicas.

Ningún padre obligará al profesor de Educación para la Ciudadanía que sea un ciudadano modelo, un padre perfecto, un esposo leal, un líder ecologista, un paladín de los derechos humanos, un campeón de la responsabilidad social, un dechado de virtudes. Simplemente le exigirán coherencia de vida, honradez intelectual, amor a la libertad de las conciencias de sus alumnos y garante de la libertad ideológica, religiosa y de culto de sus alumnos menores de edad.

Clemente Ferrer Roselló

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