A las universitarias de los campus madrileños, especialmente en los alrededores de la Complutense, se les reparten hojas volanderas con la siguiente inscripción: "Clínica de Reproducción y Ginecología (centro reconocido y autorizado por la Comunidad Autónoma de Madrid para Técnicas de Reproducción Asistida): NECESITA DONANTES DE ÓVULOS". Luego viene el llamamiento a filas: "Si tienes entre 18 y 35 años y quieres ayudar a otras mujeres con problemas de esterilidad, llámanos al teléfono...".

 

No sé si perciben el ideal solidario que late en estas palabras: se hace para ayudar a otras mujeres estériles. Pobriñas, con lo que deprime eso. Sorprende, ciertamente, que una clínica de fecundación asistida, y aprobadas por la Comunidad de Madrid, se dedique a recolectar óvulos. Uno, en su ingenuidad, creía que las clínicas FIV, pongamos la Dexeus catalana, se dedicaba a extraer óvulos de la aspirante a madre y espermatozoides de su pareja, pero, al parecer, aquí valen los genitales de cualquiera, ellos y ellas. Supongo que es a eso a lo que llamamos multiculturalidad.

 

Hablamos de científicos, naturalmente, de gente que trabaja en equipo, en un diálogo permanente, por lo que los tales esconden su anonimato bajo las siglas "Equipo IVI". En la era del ciberespacio, los recolectores de óvulos y esperma están en Internet, por lo que ofrecen a las posibles donantes, además del teléfono (no se vayan a creer, un 900, gratis total), un correo electrónico. Y no lo hacen porque sí, lo hacen por dinero, así que si alguna se decide a regalar su ser, es decir, su identidad genética, y dado que estamos hablando de un negocio prohibido, el equipo IVI (es como el equipo A, pero en científico) concluye: "Se compensará económicamente el tiempo empleado y las molestias". Es lógico, a fin de cuentas, la única forma que conocen las clínicas FIV para incentivar la ovulación femenina es meterle hormonas a la candidata, en forma muy similar a la que se aplica a vacas y cerdas. Así ovula más, aunque no está claro que ovule mejor. Y como se puede quedar hecha un asco, pues conviene recompensarla económicamente por las molestias.

 

Esta es una sociedad generosa: se ofrecen óvulos, un pelín de esperma… y a partir de ahí, además de ganarte unas perrillas, siempre podrás caminar por la Puerta del Sol, a la vuelta de unos años, y señalar al chaval que pasa por la calle diciendo: a lo mejor ese que va por ahí es mi hijo. Y todo gracias a la ciencia. Hoy los tiempos adelantan que es una babariad.

 

Como digo, naturalmente el asunto es ilegal, como lo son, pongamos, un 98% de los abortos que se realizan en España (he dicho ilegal), pero no hay que temer: al igual que ocurre con los abortos ilegales perpetrados en clínicas legales, ningún fiscal los va a perseguir. Ni el mismísimo Baltasar Garzón, que con tal de salir en la tele sería capaz de encausar a George Bush por genocidio.

 

Esto de donar la "fruslería" de la propia identidad genética tiene su enjundia. La BBC, la "meca" del periodismo occidental, ha decidido lanzar un nuevo deporte (¿científico, eh?) consistente en la carrera de espermatozoides. Compiten las cositas (bueno, los productos de las cositas) de un científico, esto es importante, de nombre Mike Leahy, y el presentador de televisión, Zeron Gibson, que han prestado sus espermas para que otro científico (pongamos un fertilista) sentencie si las mejores cositas son las de Mike o las de Zeron. Así que, ambos se han hecho una paja (perdón por el casticismo), supongo que observando alguna revista porno, y han donado a la ciencia, e incluso a los índices de audiencia televisivos de la BBC, ese canal público británico que nos exhibían en las facultades como modelo de ortodoxia periodística, sus cositas. Al parecer, la carrera promete ser más emocionante, mucho más, que un Arsenal-Chelsea o un Manchester-Liverpool. Y a lo mejor se admiten apuestas.

 

En el entretanto, el científico Bernat Soria, de la cuadra socialista del presidente andaluz Manuel Chaves, se pega con el científico Juan Carlos Izpisúa, de la cuadra Ana Pastor-Partido Popular, por el control de las células madre embrionarias, es decir, de la mezcla de cositas de gente como Mike y Zeron y de óvulos de las universitarias madrileñas. Y es que hasta en los embriones hay gente de derechas y de izquierdas: Bernat Soria, ese profeta que va a curar todas las pandemias que asolan a la humanidad, destripará a embriones fascistas, mientras Izpisúa, fichado por el PP, optará por los embriones socialistas.

 

El tráfico de cositas, generalmente no para traer gente al mundo sino para cosificar personas y utilizarlas como material de desecho, es una de las marcas del mundo contemporáneo, pero confluye con la presentación en sociedad del genoma humano. Para todo buen materialista y ateo, negador del espíritu o parte inmaterial del ser humano, el genoma debería ser lo único sagrado, y los fluidos de sus genitales, portadores de la identidad genética que pasa de padres a hijos, su teología biológica, lo único con lo que no se permite jugar. Pero, al parecer, no.

 

A lo mejor es que la sociedad actual no necesita óvulos, sino un buen psiquiatra. Ya sé que ustedes habían llegado a la misma conclusión sin tantos meandros argumentales, pero qué quieren. Uno es lento.

 

Eulogio López