Leo asombrado la última hora sobre la concesión del Premio Nobel de la Paz a Barack Obama.
Aparte de que debe ser la primera vez que un Premio Nobel se concede por palabras bonitas, en lugar de por hechos ciertos, no puedo dejar de recordar que, en múltiples ocasiones, pero especialmente en 2003, dicho premio le fue negado a Juan Pablo II, un verdadero apóstol de la paz.
En el año 2003, un auténtico clamor popular, incluyendo a miles de personalidades de todo el mundo, solicitó el Nobel de la Paz para el ya anciano y enfermo Papa. Coincidía la ocasión con el 25º aniversario de su Pontificado, a lo largo del cuál sus oraciones, trabajos y esfuerzos por la paz en el mundo, por una verdadera fraternidad universal entre todos los hombres, fueron inconmensurables. Muy recientemente se había opuesto con valentía al inicio de la guerra en Irak. Y lo hizo de modo clarísimo, apelando a la conciencia personal de Bush, y al juicio de Dios y de la historia.
Peeero como es lógico, y de todos conocido, Juan Pablo II se oponía con firmeza a la política abortista y antinatalista del Nuevo Orden Mundial encabezado por la ONU, lo que le incapacitaba para recibir dicho galardón.
Mucho me temo que los méritos de Obama para recibir este premio van precisamente por ahí: por el apoyo, cuando no el liderazgo planetario, de estas políticas verdaderamente criminales, genocidas. Responderá de ellas, como tantos otros, ante su propia conciencia y, también, ante Dios y ante la historia. Y no creo que salga de esos juicios tan bien parado como Juan Pablo II, al que toda la humanidad le está y estará inmensamente agradecida y al que, sin duda, se le habrá otorgado una estancia amplia y alta, con muy buenas vistas, en la casa del Padre.
Javier Echeverría
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