Hace siglo y medio, un físico se rió de los Hawking de su tiempo al «probar» que Napoleón no existió. Dice el refrán que el mejor desprecio es no hacer aprecio. Pero en 1861 Jean-Baptiste Pérès prefirió recurrir al choteo.
Las palabras de Stephen Hawking utilizando su prestigio como científico para negar la existencia de Dios han provocado una catarata de reacciones en todo el mundo, pero el intento de contraponer la ciencia con la religión no es nuevo. Ya se intentó en el siglo XIX en pleno auge del racionalismo, cuando el objetivo era presentar el objeto de la fe como un residuo de creencias atávicas.
Lo ha recordado en su blog el escritor y erudito Luis Español Bouché, investigador que en los últimos años ha sacado a la luz datos inéditos sobre personajes como Clara Campoamor o Julián Juderías (el gran debelador de la Leyenda Negra antiespañola) o sobre momentos decisivos de la Guerra Civil, como los días que precedieron al final de la contienda.
En su crítica a Hawking, Español menciona la figura de Jean-Baptiste Pérès (1752-1840), profesor de física y matemáticas en la Universidad de Lyon que se hizo célebre por una demostración burlesca de la inexistencia de Napoleón utilizando los mismos argumentos que se empleaban en su tiempo para negar la existencia de Dios y la trascendencia y sobrenaturalidad de la Biblia.
Un trasunto de una divinidad griega
El opúsculo se llamó De cómo Napoleón jamás existió, o Grand Erratum, fuente de infinitos errores en la historia del siglo XIX, y fue publicado en París, alcanzando numerosas ediciones entre un público harto de que se revistiesen de seriedad argumentos contra la fe absolutamente inconsistentes. La sátira, de hecho, iba principalmente dirigida contra una obra que había alcanzado mucha difusión, El origen de todos los cultos o La Religión Universal, de Charles-François Dupuis (1742-1809), que proponía la unidad de todos los credos.
La «tesis» de Pérès, desgranada en diez puntos, es que Bonaparte no es un personaje real de la historia, sino una figuración mítica, y lo justifica con el mismo tipo de falacias empleadas por Dupuis, y muy extendidas antes y después entre quienes han cultivado el estudio comparado de las religiones o el racionalismo agnóstico o ateo.
Sobre Napoleón, asegura Pérès, se nos han contado nueve datos fundamentales, que refuta con humor. Napoleón es una derivación de Apolo y de Apoleón, una denominación del sol como dios exterminador, que a su vez deriva del verbo griego Apoleo, Apoleón, al que se añade una sílaba (Ne-) para dar Neapoleón, que significaría «el verdadero Apoleón».
También es falso el dato de su nacimiento en Córcega, meramente oportunista porque, según la mitología griega, el dios Apoleón nació en la isla de Delos, situada respecto a la costa de Grecia como Córcega respecto a Francia. Las tres hermanas de Napoleón son las tres musas de Apoleón, y sus cuatro hermanos, las cuatro estaciones, de las cuales sólo una, el invierno, no reina sobre nada, como tampoco fue rey uno de los hermanos del supuesto Bonaparte.
Todo el opúsculo de Pérès es una sucesión cómica de datos extraídos de la mitología y la literatura griegas, a los que, con retruécanos no muy distintos a los que eran habituales en las críticas racionalistas a las Sagradas Escrituras, se les hacía encajar en la biografía del Gran Corso. Por tanto, «el pretendido héroe de nuestro tiempo no es más que un personaje alegórico, cuyos atributos han sido extraídos en su totalidad del sol», tal como el astro rey es visto por la mitología helena. Cuando se emplea un método para lo que no vale...
Una forma de argumentar, pues, muy similar a la que empleó, también irónicamente, el cervantista Eugenio Asensio (1902-1996) en su libro La España imaginada de Américo Castro para dar la razón a Claudio Sánchez Albornoz frente a Américo Castro en su célebre polémica sobre la esencia católica de España.
Por reducción al absurdo, Asensio demostró que con los criterios empleados por Castro contra Sánchez Albornoz, ¡podía demostrarse, a partir de ciertos rasgos de la obra de Francisco de Quevedo, que éste era judío converso, contra los datos evidentes de la Historia!
Cerrando su artículo, Español Bouché concluye que «deducir que Napoleón no existió porque no usé a Napoleón para hacerme el café por la mañana, es una chorrada equivalente a pretender que Dios no existe porque no figura en las ecuaciones de la física», como parece haber descubierto Hawking. Y remite a una obra del físico y jesuita Manuel Carreira, Ciencia y fe, ¿relaciones de complementariedad?, para una explicación completa de la identidad de las verdades y diferencia de método que caracterizan a la ciencia, la filosofía y la religión.
Manuel Morillo