Lo inventó el honorable Josep Tarradellas (un gran político, al que la malicia popular española bautizó como el "Orinable señor Torradellas"), primer presidente de la Generalitat, en plena transición a la democracia. Torradellas negociaba en Madrid con Adolfo Suárez la incorporación del nacionalismo catalán histórico al proyecto Constitucional. La cosa echaba chispas, pero Tarradellas abandonaba las broncas con Suárez, y aparecía sonriente ante los periodistas, para decirles que las negociaciones iban viento en popa y que todo se resolvería por el cauce del diálogo.

 

Luego, el también nacionalista y sucesor, Miguel Roca, inventó la misma técnica, pero al revés. Sus negociaciones con Madrid eran, asimismo, maratonianas. Cuando se había llegado a un acuerdo, Roca, para confusión de los partidos madrileños, fueran UCD o el PSOE, aparecía ante las cámaras con rostro duro (más bien pétreo) y afirmaba cosas parecidas a esta: "Los nacionalistas catalanes no admitiremos otra cosa que no sea…". Los puntos suspensivos consistían, precisamente, en lo ya conseguido y acordado con Madrid. Así, cuando se oficializaba el acuerdo, pongamos 5 días después, Roca aparecía como el héroe de la parroquia catalanista, el que les había doblado el pulso a los "pérfidos centralistas madrileños".

 

Pues bien, nuestro presidente del Gobierno ha utilizado la misma táctica en la noche del pasado lunes 9, tras su reunión con SM Juan Carlos I. Zapatero pretende convertirse en estadista europeo (falta le hace) a costa de pasar por ser el adalid de la Constitución europea. En pueblos con menos complejos que el español, como franceses y alemanes, la causa de la Constitución, patrocinada por Chirac y Schröder, resulta peligrosa porque el "NO" podría ganar. En Alemania, ser euroescéptico no es ser antidemocrático, sino, simplemente, eso: euroescéptico. En España, por el contrario, Europa y democracia, Europa y libertades, son una misma copa.

 

Así que Zapatero, que es, como Mr. Bean, una curiosa mezcla de insensatez y malicia, de ignorancia profunda y rencor, se presentó a los periodistas y les habló de los derechos de la mujer (provocando el bostezo hasta de las feministas) y, cómo no, de Europa y del futuro referéndum, inicialmente previsto para febrero. Escuchen a Mr. Bean: "Nosotros queremos el diálogo, queremos que se aporten ideas, pero, eso sí, siempre a partir de los importantes documentos que ya tenemos entre manos".

 

No sé si lo han cogido. Verán: ante la Constitución europea hay dos posturas. Zapatero está abierto al diálogo, pero siempre con los partidarios del sí a la Constitución, es decir, con los que no discuten los "importantes" documentos que tenemos, esto es, con quienes no discuten el texto constitucional del masoncete de Giscard d'Estaing. O sea, el "Reino del Debate" que tanto gusta a Mr. Bean, durísimo debate entre los partidarios del "sí" y los partidarios del "sí". ¡Un debate que se promete electrizante!

 

No es broma. Porque el que no apoye el proyecto constitucional europeo no es europeísta. Así lo dijo, y se quedó tan fresco. Y es que Mr. Bean tiene un talante… Como el señor Roca, se sube a la ola ganadora y plantea el debate desde la unanimidad. Porque el que esté contra la Constitución… no es europeísta. Probablemente sea un radical peligroso. Mr. Bean no tiene la genialidad del fallecido ministro del Interior, Pío Cabanillas, quien, en las vigilias electorales, pronunciara su famosa frase: "Todavía no sé quién, pero seguro que hemos ganado".

 

Pues, mire usted, señor Zapatero, más bien no. Servidor, por ejemplo, no está dispuesto a dejarse ganar por nadie en esto del europeísmo, pero no está por la chapuza de Giscard y piensa votar "NO". En primer lugar, porque el texto Giscard es de corte panteísta y ecologista. Es el primer texto constitucional, al menos entre los que conozco, cuya columna vertebral no es el reconocimiento de unos derechos de la persona frente al Estado y los poderes públicos.

 

Naturalmente, la Constitución no reconoce el derecho a la vida ni el concepto de sociedad como un conjunto de familias formadas por un hombre y una mujer. Al final, es lógico que, con esos mimbres, la alusión al Cristianismo hubiera resultado un postizo. En efecto, un texto constitucional no está más lejos del Cristianismo porque mencione o eluda el concepto de Cristianismo: está lejos del Cristianismo cuanto menor eleve a la persona y más al individuo, al contribuyente, al cliente o a la colectividad de individuos, clientes y contribuyentes.

 

Es más, el texto constitucional paneuropeo se convierte en una de los mayores problemas con el que puede toparse la Iglesia en una Europa que hizo el mundo precisamente con ese instrumento: la cosmovisión cristiana de la existencia. Así que, para ser un buen europeísta, hay que votar "NO" en el referéndum, justo lo contrario de lo que predica Mr. Bean.

 

Por supuesto, Mr. Bean no ha reparado en las consecuencias últimas de sus palabras, sino sólo en los réditos electorales que puede obtener tras subirse a un carro ganador (los españoles somos los más europeístas de la Unión).

 

Pero hay más. La verdad esa que, para Mr. Bean, insisto, tan insensato como malicioso, Europa sólo es materia prima de trabajo. Ya he contado aquí cómo, en plena campaña electoral, advirtió al presidente de una asociación familiar que a él los homosexuales le importaban un bledo. En resumen, que el matrimonio gay le provoca tanta repugnancia como a cualquier persona con sentido común: simplemente, es materia prima de trabajo.

 

Dicho de otra forma, a Mr. Bean le interesa Europa en cuanto puede servirle para afianzarse en España. Por ejemplo, dado el berenjenal en el que se ha metido cediendo ante los nacionalistas e intentando cuadrar los círculos, Zapatero considera que la manera de superar a los "plastitas" de los nacionalistas consiste en hacerlo por elevación: a través de la UE. Y puede que no sea un mal camino, sólo que Mr. Bean olvida que hay cosas más importantes que la trifulca nacionalista y la eterna cuestión nacional española. Por ejemplo, el tipo de sociedad que queremos en Europa, el continente clave del mundo.

 

Eulogio López