Desde Gramsci aquí sabemos que la revolución social no se hace en las calles ni en las fábricas, ni tomando parlamentos ni con golpes de Estado. La verdadera revolución se libra en la batalla cultural, en la transformación de las convicciones públicas y de los hábitos sociales. Por eso, Gramsci pedía que se olvidaran las armas y se controlaran los medios culturales e informativos. 

Pero el centro reformismo no se ha dado cuenta.

Es curioso cómo los analistas sociales se preguntan cómo es posible que Felipe González alcanzara el poder, con 10 millones de votos en 1982. Apenas 7 años desde la muerte del dictador, la izquierda proscrita, perdedora de la guerra civil, aún orgullosa de su pasado marxista (incluso de su presente), se alza con el poder omnímodo. Los mismo que votaban al caudillo con unción votaron a González con desbordado entusiasmo.

¿Qué había pasado? Pues, que lo difícil era la batalla cultural, y la izquierda había ganado esa batalla, comenzada ya antes del 20 de noviembre de 1975. Y cuando uno ha ganado los corazones, gana en las urnas, y de calle. 

Pues bien, mi tesis es que el Partido Popular está perdiendo la batalla cultural, aunque obtenga una mayoría absoluta el 14 de marzo. Para muestra un botón: El telediario de máxima audiencia del pasado miércoles 25 en la pública RTVE. Comenzó con una alusión de José María Aznar, impasible el ademán, firme defensor de la unidad de España frente al separatismo catalán. Luego vino un discurso, convenientemente reducido a eslóganes, sobre la bonancible política fiscal con la que Mariano Rajoy obsequiará a las pequeñas empresas, si alcanza La Moncloa. Es decir, la habitual propaganda gubernamental de la tele pública.

Pero, a continuación, la sección de Sociedad y Cultura se lanzó a hacer un panegírico de la película "Cachorro", el último engendro gay. Un muchacho prohijado por un homosexual, quien, naturalmente, le comprende, anima y trata con exquisita sensibilidad. Entrevista al protagonista, quien, imbuido de su personaje, afirma que, tras rodar este película, está totalmente convencido de que los gays deben adoptar y criar hijos. No quiero ni pensar lo que diría este hombre cuando interprete a Frankenstein.

Luego sale el niño, que cuenta el argumento a su manera: "La historia es que nos vamos queriendo". Menos mal que sólo dura 90 minutos, porque, de otro modo, quién sabe hasta dónde llegaría el cariño.

Es la propia televisión de Aznar, el aparato más mortífero que existe en España, la que promociona la homosexualidad en horarios de máxima audiencia.

¿Lo ven? Si se gana la batalla política y pierden la batalla cultural, habrán perdido la guerra... y hasta el Gobierno. 

Eulogio López