Nada más morirse Franco. El Instituto de Analistas Financieros invitó, en el hoy derribado Hotel Mindanao de Madrid (a ver, Banco Pastor, qué pasa con el histórico hotel madrileño) a don Manuel Fraga, esperanza blanca de la derecha democrática "conservadura".

 

Y don Manuel no defraudó. Durante hora y media, ante un auditorio entregado, enhebró tres conceptos: democracia, autoridad y firmeza. Y los enhebró bien: de la democracia firme pasamos a la autoridad firme, pero democrática, de ahí a la firmeza no autoritaria, sino democrática, y así hasta el final. Pero sabedor don Manuel de que ningún discurso es bueno sin un buen final, y ya de paso, que las combinaciones de tres palabras no dan para más, terminó de esta guisa:

 

-Y para concluir –grandes aplausos- queridos amigos, quiero recordarles una frase de mi padre, surgida de la profunda sabiduría de la Galicia rural: "Si quieres ser feliz, como me dices, no analices, muchacho, no analices".

 

Y todos los presentes prorrumpieron en un descomunal, entusiasta, continuado aplauso. Un consejo así en un foro de analistas financieros no deja de constituir, reconozcámoslo, un rasgo de brillantez del león de Villalba.

 

Siguiendo el trigésimo sexto Congreso del PSOE me he acordado de la profunda sabiduría galaica. Hace cuatro meses, los socialistas buscaban un sustituto para José Luis Rodríguez Zapatero, convencidos de que se iba a dar el gran tortazo el 14 de marzo. No fue así, por lo que todos sabemos y casi todos callan, y ahora nos encontramos con un Zapatero enchulado. Es lo que tiene la Moncloa, que convierte hasta a los hombres de reconocido talante abierto y dialogante, en un engreído con aire tabernario.

 

Por ejemplo, Felipe González tardó en enchularse al menos un quinquenio. A partir de 1987 ya tuvo claro que iba a costarle mucho, mucho tiempo, echarle de Palacio. Fue entonces cuando comenzó a decir que la oposición es un desastre y lindezas semejantes. Aznar tardó algo menos: la primera legislatura la llevó bien, pero la mayoría absoluta conseguida en el 2000 constituyó su perdición.

 

Pero lo más gracioso de todo es que el más humildito de todos, "Mr. Bean", que aún sigue hablando de talante, y del "socialismo de los ciudadanos" (unas citas, sin duda, emocionantes) no ha tardado ni medio año en seguir el proceso de enchulamiento de sus antecesores.

 

"Mr. Bean" no es un hombre de grandes ideas (algunos pensamos que ni tan siquiera de medianas e incluso pequeñas), pero sí de probada actitud para conciliar diferentes puntos de vista hasta mucho más allá de la coherencia. Quizás por eso, como hombre, digamos conceptualmente poco creativo, Rodríguez Zapatero se aferra a aquellas que posee con perseverante entusiasmo. O sea, como recuerda el viejo aforismo: es un hombre de pocas ideas pero confusas y muy arraigadas, que no deja de ser la mejor definición del personaje que encarna el actor Rowan Atkinson.

 

Y se aferró a la idea del comecuras, o lo que es lo mismo al epigrama del progresismo actual: "Abajo los curas y arriba las faldas". Su discurso inaugural en el congreso estuvo marcada por la siguiente frase. "Queremos un Estado laico. No estamos dispuestos a aceptar la imposición de las creencias".

 

No, "Mr. Bean" no estaba hablando en Arabia Saudí, Indonesia, Paquistán, India o China. Hablaba de España, un país donde, al parecer, se imponen las creencias, naturalmente las ideas cristianas (las musulmanas, budistas, sintoístas, animistas, ateas o agnósticas no se imponen, sino que se dialogan o debaten).

 

Y su referencia a la imposición, ¿quizás se refería al Misterio de la Santísima Trinidad, el jansenismo o la relación entre razón y fe? No, se refería a las bodas gay. Por eso, para rechazar la pérfida tiranía de la Conferencia Episcopal Española (en el PSOE son temidas las partidas de la Porra del Cardenal Rouco Varela y los grupos paramilitares del primado de España, monseñor Cañizares), Zapatero, libre tras  tantas décadas de opresión, exhaló: "En enero los homosexuales podrán contraer matrimonio". Y con esta sorprendente declaración cosechó un aplauso interminable, un aplauso… laico.

 

O sea, que seguimos en el Abajo los curas y arriba las faldas (bueno, en este caso, habrá que gritar "Abajo los calzones", más conocidos por la juventud como "gayumbos").

 

Zapatero es calcado a "Mr. Bean", pero uno de los periodistas allí presentes, se aproximó más al evocar su retórica castrista. Yo, discúlpenme, me quedo con la similitud con Fraga: "Mr. Bean" se parece a Castro porque con tres conceptos le da para una hora larga de soflama, pero me recuerda a Fraga porque es un hombre feliz (no hay nada más que verle sonreír), sin duda gracias a que el análisis no es lo suyo.  Es más, ha logrado lo que a Felipe González le costó tanto tiempo: se siente tan seguro de sí mismo que ya no lanza discursos sino homilías. Homilías laicas, como creo haber dicho antes.

 

Ahora bien, lo de la imposición de las creencias tiene su aquel y evoca un fenómeno contemporáneo tremendamente peligroso: la conversión del verdugo en víctima. La obsesión anticlerical, laica, quería decir, de Zapatero, le lleva a solicitar homenajes a aquellos que, durante la Guerra Civil supieron mantener la "Lealtad constitucional".

 

"Mr. Bean" se nos está convirtiendo en un peligroso extremista en el fondo, eso sí, de suaves maneras. Es el biotipo más peligroso de todos. Especialmente si se refiere a nuestra desgraciada guerra civil española.

 

Por que verán: un tipo tan moderado, y pedante, como Niceto Alcalá Zamora, y un tipo tan brillante y solidario como Azaña fueron los que colocaron a los cristianos entre la espada constitucional y la pared de sus convicciones. Fueron ellos los que, seguramente sin pretenderlo, pero con su lamentable omisión, levantaron la bandera para la mayor persecución religiosa sufrida por Europa Occidental durante el siglo XX. ¿Cómo lo hace? Muy sencillo, con la imposición de las creencias, que es lo mismo que decir: toda fe es fundamentalismo incompatible con la democracia. A partir de ahí, puede suceder cualquier cosa.

 

Y así, nuestro "Mr. Bean", y su "ansia infinita de paz" se convierte en verdugo que coloca a todo creyente ante una dificilísima opción personal.

 

La segunda gran cuestión que evoca el Congreso del PSOE es que "Mr. Bean" se ha convertido en un aprendiz de brujo. Sospecho que no tiene ni la menor idea de lo que va a provocar con la injusta equiparación entre el matrimonio heterosexual con el matrimonio gay. Demasiados argumentos se han vertido sobre la cuestión. Permítaseme añadir uno: la pregunta no es si puede haber matrimonio o amor homosexuales; el asunto es si puede haber sexo gay. Y la respuesta es no. Lo que hacen los homosexuales no es sexo, es otra cosa, justamente eso que ustedes están pensando.

 

El domingo, el aprendiz de brujo, gran vencedor, terminó por introducir a Pedro Zerolo (no hacer rimas fáciles con el apellido, por favor) en la nueva Ejecutiva. El concejal del Ayuntamiento madrileño seguramente realizará aportaciones muy interesantes. Pero recuerden: lo malo no es lo gay, sino el orgullo gay, que es el punto de no retorno. "Mr Bean" no lo sabe pero eso no significa mucho. "Mr. Bean" es muy feliz, porque no analiza.

 

Eulogio López