Se cumplen 75 años de la muerte de Sigmund Freud (en la imagen) y podíamos haber esperado otros 150 para rendirle homenaje. Leo en el suplemento cultural del ABC que "sus ideas fueron tachadas de intolerables y pornográficas".

Hombre, es que lo eran. Bueno, intolerables no lo sé porque hace mucho tiempo que el concepto de tolerancia no me dice nada. Pero pornográficas ya creo que lo eran, las de este austriaco aposentado en Londres. Porno y un pelín repugnantes. Su contemporáneo, Chesterton, a quien tanto costaba arrancar un crítica dolosa o simplemente dolorosa, hacia nadie, definió a Freud como una 'mente sucia'.

En Auschwitz, Frank limpió al viscoso Freud y recuperó la libertad cristiana para el psicoanálisis

Tenía toda la razón: era una mente sucia y pornográfica. Su psicoanálisis no ha recobrado vigencia porque jamás estuvo vigente salvo en personalidades degeneradas, al tiempo que don Sigmund llevó hasta la náusea al empeñarse en que el hombre es un nudo de causas y efectos, es decir, un problema de lógica -cogida por los pelos, claro está- que anula la libertad. Freud y Marx (no Groucho) se parecían demasiado: ambos se cargaron la libertad cristiana: el uno porque convertía al hombre en esclavo del materialismo histórico, el otro, en esclavo de su propio submundo, un submundo, además, un poco cochino.

Los discípulos de Freud, Adler y Jung, principalmente, fueron afinando la guitarra del maestro. Un maestro tan tosco que tuvo que escuchar de su propia esposa la más dolorosa de las críticas a su doctrina: "todo eso (en plata, la obsesión por el sexo) debe ser válido para los hombres, porque las mujeres, llegadas cierta edad, no somos así". La señora Freud tenía la mala uva de las esposas pero apuntaba bien y disparaba mejor.

Pues bien, Adler y Jung trabajaron con ganas para salvar lo salvable. Buscaron el nudo gordiano del ser humano normal -no el obseso anormal- en otras cuestiones mucho más peligrosas que la carne: por ejemplo, el poder o incluso la cosmovisión de cada cual. En el fondo, estos chicos no hacían otra cosa que repetir -eso sí, en el siglo XX y a 'lo científico'- los tres enemigos del hombre, que cualquier escolar aprende en el catecismo: el mundo, el demonio y la carne. La carne que tanto preocupaba a Freud es el menos preocupante. La vanidad del mundo y la soberbia de Satán, que imita la creatura, son enemigos indeciblemente más peligrosos, en tanto que espirituales no materiales.

Pero Freud era tan vulgar como un bocadillo de alubias. Ojo, Adler y Jung van desasnando al maestro y apuntan más hondo, pero continúan manteniendo la misma antropología del hombre esclavo  de sí mismo.  La elevación, y la solución, tuvo que llegar con el alumno de Freud más perseguido por los nazis: Víktor Frankl (El hombre en busca de sentido) para recuperar la libertad y liberad al psicoanálisis de todas sus pegajosas adherencias. Al final, nos dice Frankl, el hombre no necesita matar al padre ni fornicar con la madre. Tampoco precisa sublimar el deseo ni ambicionar el poder. La humanidad representa a la única especie racional y libre de la creación. Por tanto, la clave consiste en dar un sentido a su vida. Tal es la logoterapia de Frankl: el hombre en busca de un sentido… para su existencia. Y claro, tras Auschwitz, Frankl acabó en el cristianismo. Es más, su teoría científica se forjó en Auschwitz-Birkenau. ¿Dónde mejor Como el amor, el genio también se engendra en el dolor.

Pero no desenterremos a Freud, por favor. Resulta muy viscoso.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com