Desde hace dos días he escuchado en radio y TV comentarios jocosos que invariablemente comenzaban así: "Yo todavía no he leído el libro del Papa sobre la infancia de Jesús, pero sé que ha negado la existencia de un asno y un buey junto al pesebre de Belén", y seguían elucubraciones sobre qué hacer con la multitud de estas figuritas repartidas por los "belenes" de todo el mundo.
Yo ya lo he leído, es muy corto, y en él se dice que San Agustín interpreta el significado del pesebre, que es donde los animales encuentran su sustento; Jesús, recostado en el pesebre es el verdadero alimento de la humanidad para la vida eterna. Y el Papa dice que en el Evangelio no se habla de animales en este caso, pero hace una plausible explicación a partir de Isaías 1,3: "El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no comprende"; cita a continuación a Habacuc 3,2, y el Éxodo 25, 18-20, y en la conexión entre las tres citas aparecen los dos animales
como una representación de la humanidad desprovista de entendimiento, pero que ante la humilde aparición de Dios en el establo, llega al conocimiento.
Para hablar de este libro, los buenos profesionales de la educación podrían haberse fijado, por ejemplo, en el espléndido "Glory to God" -sí consta en el Evangelio- que repiten miríadas de ángeles, y ha convertido en canto el extraordinario Haendel.
Amparo Tos Boix