Por ejemplo, los dos primeros, y su origen escandinavo no representa justificación suficiente, están muy enfadados porque a la manifestación contra la pobreza en el mundo, celebrada ayer en Madrid, sólo asistieron dos obispos (Santiago y Calahorra) y no los 20 presentes en la manifestación en defensa de la familia y contra el matrimonio gay todo a un tiempo- del pasado 18-J.
La verdad es que hasta el 18-J ningún obispo español acudía a ninguna manifestación. En contra de lo que afirma el inefable Santos Juliá, que percibe no se lo van a creer, peligro de integrismo en la Iglesia, los obispos españoles no han patentado novedad alguna con su participación en actos públicos. Es más, en países como Estados Unidos, Canadá o Filipinas, los obispos pasan tiempo en la capilla y en el despacho, pero también en manifestaciones a favor de la vida, de la familia y de la pobreza, mientras prohíben acercarse a políticos que hayan votado cosa tal como el aborto (¡qué morbo si algún obispo español se lanzara a promulgar lo mismito por estos lares!)
La verdad es que a 20 Minutos o Metro (ya saben, en España, el ranking de amarillismo lo encabeza Metro, luego viene el Qué! y, finalmente, 20 Minutos, el más serio de los tres, o mejor, el menos frívolo) lo que les duele no es que hayan ido sólo dos obispos a la manifestación del pasado domingo, sino, precisamente, que hayan ido.
Días atrás, con motivo de la manifestación del 12 de junio contra el hambre, alababa yo a José María Cano, uno de los mentores de la manifestación, por aclarar una de esas verdades tan evidentes que nadie ve: que los problemas económicos actuales no vienen por carestía sino por abundamiento; el problema no es que nos falten alimentos o cualquier otro tipo de productos de primera necesidad, sino que nos sobran. Si no se entiende eso me temo que no se entiende la pobreza. Sin embargo, sea porque Cano no es el único en hablar en el entramado organizador, o porque el poder del tópico es verdaderamente abrumador, el caso es que las ideas-fuerza de la manifestación fueron el famoso 0,7% del PNB y la condonación de la deuda pública.
Empecemos por la segunda: probablemente hay que condonar la deuda de los países más pobres del planeta (ojo, hablamos de la deuda con prestamistas públicos, pero es mucho más importante la deuda que el Tercer Mundo mantiene con prestamistas privados), pero eso no deja de ser un parche que no soluciona el problema. Hay muchos sátrapas de países miserables, cuya estructura de poder es siempre la misma: emisión de deuda a tipos altísimos de otro modo nadie la compraría-, posterior refinanciación o suspensión de pagos e intento de acuerdo con el FMI. En eso basan su permanencia en el poder. Luego, pasado el apuro, más deuda y vuelta a empezar.
En segundo lugar, el famoso 0,7% del PNB es, en verdad, un buen objetivo. Ocurre que nadie ha descubierto aún cómo canalizar esa ayuda, que la mayoría de las veces no se dedica a los fines para los que estaba destinada.
Puestos a elegir, yo prefiero la llamada Tasa Tobin, o impuesto de alcance mundial sobre las operaciones financieras especulativas (en principio sólo sobre la especulación en el mercado de divisas) y, ojo, negar el apoyo a países que no respeten los derechos humanos. Y puestos a elegir instrumentos de la lucha contra la pobreza, lo que primero que tiene que hacer Occidente es suprimir la subvención a su agricultura y nivelar condiciones de trabajo y condiciones fiscales. Si Naciones Unidas no estuviera tan preocupada con acabar con la pobreza a costa de aniquilar a los pobres, su principal cometido sería acabar con las subvenciones occidentales y nivelar condiciones de trabajo y fiscales de todo el mundo. Porque, mientras las empresas puedan pagar 10 dólares a un chino, no pagarán 100 a un francés, pueden estar seguros.
Vivimos tiempos de sobreabundancia mortal, y también de tópicos mortales. En cualquier caso, bien por los manifestantes, bien por los obispos que acudieron a acompañarles. Aunque eran sólo dos y no veinte.
Eulogio López