El mundo es injusto. Tienes una idea genial y no es porque yo lo diga- y, de repente, viene un tipo muerto hace 50 años y te la roba. Por idea genial entiendo aquélla que está a la vista de todos, pero que nadie ve porque, por evidente, resulta cotidiana. Y los que menos la ven son los expertos, porque los expertos son esos señores que pretenden llegar más allá que los demás, por lo que no ven precisamente aquello que tienen delante de sus narices, mientras que a los demás -ordinary people-, les importa un pimiento la tal idea. Es decir, que a los que se nos ocurren ideas geniales no sólo no somos expertos, sino que, además, somos raritos.
Pero si, además, el que te roba la genialísima ocurrencia económica es un teólogo, y en un sermón, la cosa empieza a resultar molesta. La idea en cuestión es que en la economía actual, sólo hay algo nuevo bajo el sol, y es que las crisis económicas modernas no son como la del pasado : tenemos crisis, no porque nos falten cosas, sino porque nos sobran. Nos sobran productos y nos sobran técnicas, y también nos sobran capacidades de producción. Y la abundancia puede ser tan grave como la escasez.
Pues bien, Ronald Knox, uno de los hombres del movimiento de Oxford, un cura, explicaba mi genialidad allá por la postguerra mundial, sin la menor consideración al hecho de que el verdadero autor de la misma, servidor de ustedes, no hubiera nacido :
Y lo más extraordinario es que no debemos nuestros problemas actuales a ninguna de las fuerzas comunes de la naturaleza, a una sequía mundial, a lluvias torrenciales, a ninguna peste que ataque a la humanidad o que destruya las cosechas. Algo que está ocurriendo en el mundo irreal de la alta finanza produce sus efectos devastadores en el mundo real o así creemos que es- en el que los hombres tienen que ganarse su pan o morirse de hambre. Imaginad a algún visitante del pasado que viniera a la tierra y oyera hablar de nuestros problemas modernos. Tanta pobreza, diría, tanta inseguridad acerca de los medios esenciales de subsistencia, ¿supongo que habrán tenido ustedes malas cosechas y que no hay trigo bastante para ir tirando? Y tendremos que decirle que ocurre precisamente lo contrario : que se destruyen grandes reservas de trigo por temor a que el trigo sea demasiado abundante y por ello excesivamente barato. Estamos, como puede verse, cogidos en las ruedas de nuestro propio sistema económico. Los campos de trigo florecen, hay cereales, vino y aceite en abundancia, hay aún tesoros encerrados en el seno de la tierra, y, sin embargo, en virtud de nuestras propias leyes de la oferta y la demanda, leyes que no tienen su raíz en la naturaleza, sino que dependen simplemente de nuestras acciones humanas, el mundo se encuentra en un punto muerto. ¿No dijimos con acierto que el mundo en que vivimos es un mundo de sombras? ¿No lo prueba el hecho de que la sociedad pueda ser destruida por fuerzas que no tienen existencia fuera de nuestra propia voluntad?.
Por cierto, también existe una sobreproducción intelectual: la saturación informativa, gracias a la cual la gente recibe tanta información que nunca se entera de nada. Esta es mucho más nociva que la sobreproducción de bienes: Provoca necedad generalizada.
La segunda genialidad que caracteriza a la economía y la sociedad modernas y que, como creo haber dicho antes, es de mi estricta propiedad, está ligada a la sobreproducción y se llama especulación. Es la especulación de los mercados financieros. Siempre ha habido especulación pero nunca la producción de los tejidos agrícola e industrial dependió como hoy de la burbuja especulativa de forma permanente. La economía real se subordina a la especulación de las bolsas, no al revés. Y se subordina por el deseo de ser ricos, una codicia que nos lleva a vivir en un mundo irreal. En efecto, el 90% del dinero que se mueve en los mercados de valores no sirve para apoyar la producción, sino que es un mero juego de casino, una burbuja montada sobre una economía real -¡atención!- de menor tamaño que la financiera. Somos en efecto, prisioneros de la propia máquina especulativa, que sólo produce dinero. Hasta el pago de pensiones pública depende de la especulación bursátil, y la propia deuda pública ha convertido a los gobiernos en los principales agentes de la especulación. Knox insiste en el origen de todo este sinsentido global:
Y, ¿qué es lo que ha pasado? ¿Ha habido una gran sequía, una destrucción en gran escala de las cosechas por inundaciones o epidemias? No, pero sí hay más alimentos en el mundo de los que podamos utilizar. Tú has puesto alegría en mi corazón dice el Salmista- porque su trigo, y su vino y su aceite han crecido. Pero cuando nuestro trigo y nuestro vino y nuestro aceite crecen, no nos da alegría; tenemos que quemar grandes masas de cereales, cerramos los pozos de petróleo, por miedo a la superproducción. ¿Qué ha pasado? Nada que podamos ver, nada que podamos reprocharnos. Nuestras propias leyes de la oferta y la demanda, basadas en el deseo de todo hombre de hacerse rico lo más rápidamente posible, nos han cogido en sus redes; somos prisioneros de nuestra propia máquina, y no podemos desprendernos de ella. Decidme, ¿no teníamos razón al decir que vivimos en un mundo irreal? ¿Un mundo en el que puras abstracciones, como las leyes de oferta y demanda, pueden llevar a los hombres a morir de hambre cuando hay comida dispuesta para su consumo que tiene que ser quemada porque no se puede vender a un precio aceptable?.
Sí de acuerdo. Ronald Knox murió antes de que yo naciera. Pero la idea era mía.
Está claro que vivimos tiempos de especución, o quizás de sobreculación (estos neologismos no son de Ronald Knox: que nadie me lo robe).
Eulogio López