Me han invitado a la presentación del libro ¿Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas. A lo mejor es que la carne de perro no es sabrosa, mientras que la del cerdo sí, y la piel del cochino no es de cuero y abriga poco. 

Tampoco nos deglutimos al perro porque no se come lo que tiene nombre. Pero todo esto es lo de menos. Lo de más, es que el animalismo se ha presentado en sociedad en España. Y con él, los sagrados derechos de los animales, absolutamente olvidados por el Occidente cristiano. 

No así por el panteísmo oriental que con su mucho más avanzada metempsicosis respeta muy mucho a todo tipo de especies, incluyendo la víbora, la rata, la araña y el alacrán. Entre otras cosas, porque bien podría ser que, a la vuelta de la esquina, ¡zas!, nos convirtamos en ese tipo de animalitos tan simpáticos. Por eso, a los panteístas no les gusta que pisemos a las cucarachas, y por eso tantos líderes políticos permanecen tanto tiempo en el poder.

A lo que estamos, Manuela, que se nos va la tarde.  

¿Qué es el animalismo Algo muy profundo por supuesto, pero intentaré resumirlo así: el animalismo es la fehaciente negación de la gran mentira que a lo largo de los siglos se ha inoculado en las más diversas culturas y civilizaciones: que el hombre es superior al animal. ¡Qué tontería!  Una proposición ridícula.

Luego están los que, además de renunciar a la carne, es decir, a perpetrar canibalismo con nuestros compañeros de otras especies -cerdo, pollo, pavo, vaca, jabalí, etc.- no se conforman con el vegetarianismo y dan un paso más: sólo comen naturalezas muertas. Nada de tomates arrancados de la mata -es decir, asesinados, como las zanahorias de Notting Hill-, sino aquellos tomates, por seguir con el ejemplo, ya caídos. Por decirlo de otra forma: no comer tomates vivos ni tampoco matarlos: sólo ingerir los tomates suicidados.

Naturalmente, si reducimos nuestro régimen alimenticio hasta ese punto la cosa se pone mal. O bien, según se mire. El caso es que, por una insoslayable regla matemática, si reducimos de forma tan drástica los alimentos disponibles -a los cerdos ni tocarlos, que tienen sus derechos- deberemos reducir el número de humanos traídos a la existencia. Ni un niño más, oiga, y a ver si se mueren pronto los viejecitos, que lo que es comer animales, vaya si se los comen.

Yo he de reconocer que soy un carnista, un caníbal animal de mucho cuidado. Y aun así, no pienso renunciar al cerdo, especialmente al de raza ibérica. Lo siento mucho pero el jamón extraído de su feroz descuartizamiento me gusta cada día más. Soy carnista, lo reconozco, y afronto la pena que el tribunal animalista disponga. No me como al perro, sino al cerdo, y me visto con la vaca. Es tremendo, pero soy así, y como escucho a esta señora que tengo a mi lado mientras escribo este artículo en el tren Madrid-Gijón, "yo soy siempre la misma, en toda circunstancia". Me he aprendido esta frase porque la ha repetido, unas cincuenta veces, hablando con cinco interlocutores distintos. A estas alturas, todo el vagón sabe que viajamos junto a una mujer de firmes convicciones, que es como es, en todas las circunstancias y para desgracia de todos.

Pues bien,  yo soy así, pienso seguir deglutiendo todo el jamón ibérico que me permitan mis posibles, producto de cerditos asesinados por los carnistas.

Naturalmente, el animalismo tiene otra derivada no menos interesante. El hombre, el depredador, el malo de la película, viola los derechos de los animales y les provoca dolor infinito. Sí, es cierto, los animales sufren, y el hombre biennacido no debe hacer sufrir a los bichos sin motivo. Pero con motivo sí. Porque los animales, si bien experimentan el dolor, no son conscientes de su dolor, porque no tiene consciencia, es decir, no tienen conciencia, es decir, no son seres racionales, por tanto libres, no han sido elevados a la categoría de hijos de Dios.

Por tanto, no estoy dispuesto a reducir el número de humanos, de hijos de Dios, llamados por el Creador a la existencia para evitar la matanza de animales. Por alimentar a un niño, me cargo al cerdo de un disparo en la nuca. Ahora mismo. Y sin el menor remordimiento. 

Porque, visto así, resulta que lo del animalismo no es cosa de risa. No son unos majaderos mentecatos. No. Son tipos peligrosos en su majadería. No vaya a ser que, como recordaba Chesterton (gran amante de los chuletones) "donde quiera que haya adoración a un animal, existe sacrificio humano". Nada más cierto, resulta que los animalistas no se preocupan, ni un poquito, del creciente asesinato de seres humanos llamado abortos, ni en una versión quirúrgica ni en su versión química.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com