Sr. Director:
Al parecer, se ha introducido una moda en Suecia: la familia numerosa. Los matrimonios de uno o dos hijos ya no se llevan.

Y lo llamativo es que esta moda la han introducido las mujeres más instruidas, las universitarias. Se está comprobando una tendencia clara en la sociedad sueca, está cambiando sus costumbres y esto se nota hasta en el relanzamiento de comercios especializados en artículos pre y postnatal. Estas mujeres, a las que llaman supermamás, ya están exigiendo a la administración mayores subsidios para las familias numerosas y descuentos en los transportes públicos.

La realidad es que Europa envejece a pasos agigantados y se hacen muy necesarias actitudes como las de estas mujeres suecas ya que, de otro modo, algunos países irán desapareciendo con el paso inexorable del tiempo y serán los inmigrantes los que repoblarán muchas zonas. La mentalidad moderna que, en materia de natalidad, es regresiva, aceptó sin discusión las afirmaciones de Malthus sin exigir pruebas científicas. Un anterior director de la FAO dijo en marzo de 1994 en Le Monde: Tenemos excedentes alimentarios aunque la población del mundo se haya duplicado.

Si existe hambre en muchos lugares de la tierra es debido a la injusticia social por parte del llamado primer mundo. El mito de la superpoblación dio lugar a la difusión de anticonceptivos. Industria que, además de enriquecer a empresas multinacionales, está consiguiendo el envejecimiento de la población y arruinando la salud de no pocas mujeres. El escritor Chesterton, bien conocido por su sentido del humor, cuando oía hablar del control de la natalidad, no dudaba en calificarlo de hipocresía y embuste. Encontraba un paralelismo, en este modo de impedir que ciertos actos del instinto produzcan sus efectos naturales, tomando solo el placer y evitando sus resultados, con algunas costumbres de la época más decadente del imperio romano.

Merecen destacarse estas palabras de Chesterton: El paralelo más cercano y respetable sería el del epicúreo romano que tomaba vomitivos a intervalos todos los días de modo que pudiese tragar cinco o seis suculentas comidas a diario. Y lo realmente grave es que muchos estados están colaborando en esta monstruosidad desde hace años. Algunos ya quieren dar marcha atrás cuando comprueban los resultados y los números no cuadran. No saben, por ejemplo, cómo se pagarán, en un futuro, las pensiones en una sociedad con escasez de gente joven.

Las injusticias sociales del pasado no se han superado todavía y a ellas se añaden otras injusticias y opresiones actuales en muchas partes del mundo. La contradicción entre la solemne afirmación de los derechos humanos y su trágica negación en la práctica da lugar a que la convivencia social se deteriore profundamente. El relativismo moral conduce a que todo sea pactable y negociable, incluso el primer derecho fundamental de cualquier ser humano: el de la vida. Este derecho deja de ser tal porque no está ya fundamentado sólidamente en la inviolable dignidad de la persona sino que queda sometido a la voluntad del más fuerte.

La democracia no puede mitificarse convirtiéndola en un sustitutivo de la moralidad o en una panacea de la inmoralidad. Leyes que legitimen el aborto o la eutanasia, no solo no crean ninguna obligación de conciencia sino que, por el contrario, establecen una grave y precisa obligación de oponerse a ellas mediante la objeción de conciencia. Algunos lectores ya habrán reconocido ideas de la encíclica Evangelium vitae en la que Juan Pablo II hace valer su voz en defensa de los más débiles, de esos seres humanos que se ven agredidos en el comienzo o en el final de sus vidas.

Se hace muy urgente en nuestra sociedad un esfuerzo ético común para poner en práctica una gran estrategia a favor de la vida y no dejar que avance la cultura de la muerte. Como dice el Papa: El Evangelio de la vida no es exclusivamente para los creyentes: es para todos. El tema de la vida y de su defensa y promoción no es prerrogativa única de los cristianos. Y las mujeres tenemos la última palabra. Alguien dijo que corrompida la mujer, corrompida la familia y corrompida la sociedad. Por ello, la corrupción de la mujer ha sido un objeto perseguido con tanta inteligencia como constancia y eficacia.

Se da la circunstancia, comprobada, de que si el hombre falla, la familia se mantiene por la mujer, en términos generales. Pero si falla la mujer, la familia está muy próxima a su destrucción porque, verdaderamente, la mujer es la que sostiene y cohesiona con fortaleza a la familia. Y mientras las mujeres quieran, la familia perdurará a pesar de los gobiernos, de los parlamentos y de las campañas organizadas potentemente para destruirla.

Carlota Sedeño Martínez

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