Cuando empieza la Cuaresma, tiempo de penitencia y sacrificio, me impongo escuchar los sermones de mosén Ignacio Gabilondo, conocido en todo el país como el padre Iñaki, de Sanse. Así, en vísperas del Miércoles de Ceniza, en un alarde de coraje, conecté Cuatro, la tele de Janli Cebrián, y me enchufe al púlpito del mejor predicador que conoce España desde fray Gerundio de Campazas.
El padre Gabilondo abrió su homilía con una buena zurra a los obispos, que son sus principales enemigos políticos. Les llamó infantilones, pueriles, porque se inventan persecuciones y martirios inexistentes, aunque días atrás, en otra homilía, les acusó –a los precitados obispos- de pretender salir bajo palio, lo que no se concilia muy bien con lo anterior, pero eso es lo de menos.
No me enteré muy bien a qué hechos o a cuáles obispos se refería el padre Iñaki pero yo no me mortifico como un crítico, sino como un discípulo. Por eso no indagué más y me dediqué a masticar el resto de la entradilla (más conocida en ambientes periodísticos como la penetradilla, por aquello de penetrar en las mentes receptoras no por eso que estaba usted pensando, tío cochino) del predicador. El brillante padre Iñaki me explicó que lo malo de los obispos es que piensan que son las leyes quienes hacen las costumbres, cuando, como bien explica don Iñaki, son las costumbres las que forjan las leyes. Y así, verbigracia, si en España se ha convertido en costumbre la toma por retaguardia, es evidente que dicha toma debe elevarse al rango de matrimonio adoptante, sólo alguien tan obtuso, victimista e infantiloide como un obispo puede negar una verdad tan palmaria, un argumento tan definitivo.
Un postulado, el del padre Gabilondo, tremendamente edificante, a partir del cual he elaborado mi propia teodicea, y he colegido que la costumbre de estafar al Fisco todo lo que puede, inveterado y arraigado hábito ciudadano, debe ser elevado al Boletín Oficial del Estado, al igual que ocurre con las también populares costumbres –y tendencias a- de superar los límites de velocidad, la violencia, el botellón, la bebida, la paliza a la parienta, el hurto en grandes almacenes, la guerra preventiva, la kale borroka y otras idiosincrasias patrias. Todo ello debe regularse a favor, claro está, porque todo ello son costumbres muy arraigadas en el pueblo, por lo que la ley debe promocionarlas. Pretender con el BOE corregir esos hábitos no es más que la máscara del clericalismo, la jerigonza moralizante.
Otrosí. El padre Gabilondo me ha explicado la enorme jeta de los prelados que se hacen las víctimas mientras viven de la subvención. Y esto ha abierto para mí nuevos horizontes en el análisis político. Porque, hasta escuchar el sermón de don Iñaki, convencido andaba yo de que la subvención era el dinero que, a título de privanza, otorgaba la Administración pública a un particular, no el que de sus impuestos extraen los particulares para financiar a la Iglesia -hay gente muy rara que hace este tipo de cosas- o a las ONG. Pero ya lo ven, queridos parroquianos de Cuatro: no es así. Los obispos se financian con una subvención que -entiendo tras escuchar a don Iñaki- les otorga el mismísimo ZP, seguramente de su propio sueldo, a tan ingratos criticones. Y así se lo pagan: palos al Gobierno y ni tan siquiera escuchan la SER.
Total, que lo que hay es mucha envidia, porque el padre Gabilondo sabe más que Lepe, Lepijo y su hijo. A fuer de humilde, don Iñaki es un sabio, orgullo de la telepredicación. Por eso, sus profundizaciones fastidian tanto a la derecha reaccionaria, a los curas y, en general, a la gente sin clase, pueril y profundamente cavernícola.
Estoy seguro que si escucho otro sermón del padre Iñaki en la tele de Janli mi confesor me levanta el deber de ayuno en Miércoles de Ceniza y Viernes Santo. Y con un poco de suerte, toda la abstinencia cuaresmal. Los pasionistas a mi lado... unos mariquitas.
Eulogio López