Como todos sabemos, creo. La primera tentación hace referencia a la carne, bueno, al apetito: di que estas piedras se conviertan en pan. Nada que comentar. El capitán en jefe de la cosa diabólica le ocurre lo mismo que a algunos ministros y ministras españolas: se creen más listos de lo que realmente son.
Las dos siguientes tentaciones resultan mucho más interesantes. Pero siempre he creído que falla el crescendo: Te daré todos los reinos del mundo, si me adoras, es propio de alguien, no sólo menos listo de lo que se cree, sino verdaderamente estúpido. En cualquier caso, el Señor de las Moscas había pasado de la carne al demonio.
Quedaba el tercer enemigo del alma, el mundo, -no el de Pedro José, se lo aseguro-, es decir, la tentación segunda: tírate del templo abajo porque Dios no permitirá que tropiece tu pié con ninguna piedra. Aquí sí que el consejero delegado del Averno muestra su gran sabiduría. Porque, incluso, esta tentación podría disfrazarse de confianza en Dios, la virtud más difícil de alcanzar, según la mayor experta en la materia, santa Faustina Kowalska. Ahora bien, si la confianza y el abandono en las manos de Dios es virtud egregia, la falsa confianza, la presunción y el convencimiento en la propia bondad, resulta uno de los más retorcidos vicios que pueden darse, una verdadera tentación a Dios. Quien te redimió sin ti no te salvará sin ti. La presunción, el convencimiento de que uno, en el fondo, es bueno y que, si no lo es, Dios, al que no hago ni caso, acudirá presto en mi auxilio, es una burla al costosísimo rescate pagado por el hijo de Dios por nuestra salvación, una verdadera tentación a Dios. Mismamente, la progresía del mundo de hoy, más pelagiana que jansenista.
Así que nada de tirarse desde el pináculo del templo salvo que quieras escabondriarte contra el duro suelo.
Eulogio López
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