Sr. Director:
Anoche sufrí un atentado terrorista: fui a ver el Código da Vinci (invitada, claro). Hace unos años pasaba al lado del coche que explotó la ETA en la C/ Goya de Madrid y se me quedó el cuerpo exactamente igual que después de ver la tal película y eso que solo vi la mitad, que no pude aguantar hasta el final. Desde el primer fotograma, la oleada de bofetadas morales es tal, que hay que hacer un esfuerzo ímprobo para no salirse del cine. Mentiras, calumnias, difamaciones, blasfemias, una tras otra. La ceremonia de la confusión, confundiendo a las víctimas con los verdugos en afirmaciones malévolas como que habían sido los cristianos quienes habían perseguido a los paganos en tiempos de Constantino, motivo por el cual éste decidió legalizar el Cristianismo, para pacificar a los terroristas cristianos y lo mismo con la defensa de los Santos Lugares: todo al revés. ¡Y ni que decir tiene la blasfemia inmunda de la relación de Jesús con María Magdalena, el Santo Grial!
Es tal la cantidad de insultos a la inteligencia, a la historia, a Cristo y a los católicos y a los santos, que resulta imposible de soportar. Y es que ¡no hay por qué soportarlo! pues la calumnia es un delito, como lo es también la incitación al odio religioso, fin último del engendro diabólico de El Código da Vinci. Y los delitos se denuncian en un juzgado.
Pilar Gutiérrez
pitugv@yahoo.es