Por otra parte, el mundo navega sobre un océano de liquidez. Temo ser pelma si repito que, en la actual sociedad de la imagen, la verdad circula por sendas estrechas. Dicho de otra forma, la información más interesante y verídica circula por medios informativos marginales. Por ejemplo, nadie debería perderse el artículo que el director del mensual económico Dinero, Miguel Ormaetxea dedica a una economía mundial controlada por los mercados financieros, que son, por definición, una especulación creciente y absolutamente incontrolable. Ormaetxea recoge cifras del McKinsey Global Institute, que afirma que los activos financieros mundiales han sobrepasado los 118 billones de dólares a finales de 2003, y que en 2010 alcanzarán los 200 billones. No es crecimiento, es pura especulación: Esos activos, que incluyen depósitos bancarios, deuda emitida por Gobiernos y empresas, así como acciones, totalizaban 12 billones en 1980 y 53 billones en 1993. Naturalmente, la producción de bienes y servicios no puede caminar a esa velocidad, tampoco la demanda. Es decir, que caminamos alegremente, en progresión geométrica, hacia el más glorioso estallido de una burbuja especulativa que hayan visto los siglos. Los clásicos lo llamaban codicia, y con ese concepto se entendían mucho mejor que nosotros, pero ahora los denominamos activos financieros y respetamos a sus autores mucho mas que al que produce y crea algo.
¿Y qué tiene que ver eso con nuestro día a día? Podría contestar que todo, porque en esa gigantesca bola especulativa radica, por ejemplo, el pago de las pensiones en Occidente y de los ahorros vías fondos de todos los occidentales. Pero obviemos estas fruslerías y veamos otras consecuencias. El océano de liquidez, por ejemplo, ha dado lugar a los llamados fondos de capital riesgo, ingeniería financiera de vanguardia, sólo apto para galácticos y para yupis deseosos de hacer dinero rápido.
Y así llegamos a Cortefiel, esas tiendas de moda y confección que han marcado el futuro.
A Gonzalo Hinojosa, el creador y gestor de Cortefiel le llaman el sastrecillo valiente, uno de esos tipos que en la época de copresidencia del SCH, entre Emilio Botín y José María Amusátegui era capaz de enfrentarse al gran Emilio sin que le importaran una higa las consecuencias. Pero el sastrecillo valiente sobrellevaba mejor un enfrentamiento con Botín que con sus hermanas, primos y cuñados por el control de Cortefiel. Así que ha decidido vender o, al menos, que vendan ellos para que le dejen en paz: ya saben, toma el dinero y corre ¿Lo ha vendido a El Corte Inglés, a Zara, a cualquier otra compañía del sector capaz de continuar con el negocio? No, lo ha vendido al fondo de capital riesgo más famoso de España: el anglo-norteamericano CVC, que lo mismo le da adquirir Red Eléctrica, que supermercados El Árbol, o AUNA, o Cortefiel. CVC no sabe llevar un negocio eléctrico, ni de alimentación, ni de telecomunicaciones, ni de ropa, pero tiene dinero para comprarlo... y medios para venderlo. Y los Hinojosa se pueden embolsar una hermosa cantidad todavía difícil de concretar.
Por lo general, el horizonte de estos fondos es de tres años. Los que toman las decisiones operan desde Nueva York, Londres, Francfort o París y no tienen ninguna atadura con el país en el que compran ni con la empresa comprada. En ese lapso de tres años, deben multiplicar su dinero por dos vías: o bien el troceo de la empresa y su venta a terceros, o bien su reducción de costes en plata, echar trabajadores al paro- y luego darle el pase, si es posible, sacándola a Bolsa. ¡Gran gestión, a fe mía! Consiste siempre en reducir costes, nunca en aumentar ingresos. Consiste, en suma, en destrozar empresas. En Hispanidad las hemos llamado Operaciones CVC, pero pueden añadir otros muchos nombres, como Fidelity, Providence, Mercury, Carlyle, Apax, etc.
El gobernador del Banco de España se empeña en la muy anglosajona postura de que las cajas de ahorros y los bancos no formen núcleos estables en las grandes empresas. No estaría mal si fueran sustituidos por accionistas particulares. Pero no, son sustituidos por los fondos especulativos. Para eso, me quedo con la banca y hasta con el Estado, mucha gracias.
Y es que en algo hay que emplear el océano de liquidez sobre el que vivimos.
Ya saben: toma el dinero y corre, pero el mejor dinero es... el de los demás. Porque, naturalmente estos fondos trabajan con el dinero de los demás. Y suelen reportar buenos dividendos a los participes, a costa, tan sólo, de cargarse la economía.
Eulogio López