- ¿Cómo te va, Pepe?
- Pues fatal chico, fatal. Tú sabes que tengo 40 años. Pues bueno, todavía sufro de incontinencia, y me orino en los pantalones.
- Pues sí que es un problema a esa edad -responde el amigo-. Ahora comprendo tu cara de angustia. Pues nada, chico, yo lo único que te puedo aconsejar es que vayas al urólogo y que te ponga en tratamiento.
A los 3 meses. Ambos amigos vuelven a encontrarse:
- Querido Juan: me encuentro mucho mejor, y todo gracias a ti. Seguí tu consejo, me fui al psicólogo y me puso en tratamiento.
- ¿Cómo has dicho? le interrumpe Juan-.
- Pues que hice lo que me dijiste. Fui al psicólogo
- Yo no te dije al psicólogo, te dije que fueras al urólogo.
- ¡Ahí va! pues te entendí mal.
- Bueno y qué. A pesar del error, ¿has conseguido no hacértelo encima?
- No, me sigo orinando en los pantalones, pero ya no me importa.
Desde Freud hasta hoy, la psicología moderna se ha empeñado en terminar con el sentimiento de culpa, trocando las descripciones en justificaciones y las categorías morales en retorcidos subconscientes que nos atenazan. Pero lo malo de Freud no es su obsesión con el sexo, sino su obsesión con liberar al hombre de toda culpa, sin darse cuenta de que, de esa forma, anula la libertad del individuo.
Dicho esto, hay que recordar que prosigue el linchamiento, apaleamiento lapidación (considerando de quien procede la amenaza, espero que no violación) del catedrático de psicopatología, y veterano psiquiatra Aquilino Polaino. Polaino dijo en el Senado lo que tenía que decir: que la homosexualidad es una patología. Lo dijo quien ha dedicado y dedica buena parte de su vida a ayudar a los homosexuales a salir de su infierno. Es lo mismo que dice la Iglesia, sólo que no desde la medicina, sino desde la moral: la homosexualidad es un grave desorden moral. Es lo que dice el pueblo salvo cuando le ponen un micrófono delante y se vuelve políticamente correcto-, con menos miramientos y más jocosidad que médicos y sacerdotes, cuando habla de vigilar la parte de atrás. Y no lo dice para ofender, lo dice porque el ciudadano común, sin intereses políticos, es decir no envenenado por la política, tiene un sentimiento muy claro, visual, de lo que es la homosexualidad y no le gusta nada. Es más, bastaría que se emitieran por TV (¿acaso no vivimos en la sociedad de la imagen?) escenas de lo que es la homosexualidad, es decir, violación rectal, como para que la opinión pública, que según la inefable vicepresidenta primera del Gobierno, Fernández de la Vega, a favor de la ley del matrimonio gay, para que todo diera un vuelco. Porque una guarrada de tal calibre no sólo hiere la conciencia: hiere el estómago. De igual forma que si se televisaran abortos ya hay numerosas películas sobe ello- una sociedad presuntamente abortista se revolvería contra el asesinato colectivo de millones de seres indefensos.
Pero es igual. Lo políticamente correcto consiste en un desesperado horror a la verdad y en una dictadura donde los que tienen acceso a los medios, una minoría, imponen su ley a la mayoría silenciosa, que curiosamente, por el espejismo mediático, se considera a sí misma minoría. Un fenómeno que tiene mucha gracia.
Y así, todos los grupos políticos han decidido criticar a Polaino. Pero lo más grave es que el propio partido Popular, que le presentó en el Senado, ha decidido fusilarle también. Curioso, porque el PP instrumentalizó la multitudinaria manifestación del pasado día 18 de junio a favor de la familia y contra el matrimonio gay, apostrofe ahora de un médico capaz de decir la verdad que defiende exactamente lo mismo que defendía cerca de un millón de personas en la calles de Madrid el pasado sábado 18 de junio!
Escuchar al ubicuo Eduardo Zaplana, presente en la manifestación del sábado, denigrar al doctor Polaino, hablando de tiempos felizmente superados (original, del prócer) produce unas pocas arcadas. El Parido Popular, en efecto, no tiene remedio.
Pero ojo, este es uno de esos momentos en que no está permitido callar. Cuando se está linchando a un médico por decir la verdad que otros no se atreven a decir, es obligación de todos los que apoyamos la manifestación del pasado día 18, incluso la jerarquía eclesiástica, de apoyar a Polaino y, cuando menos, decirle aquello de que no estás solo. Porque, cuando toda locura pase, nadie se acordará de que en la refriega, alguien, Aquilino Polaino, dio su vida profesional, su prestigio y su honor por una causa noble. Y será entonces cuando no nos asombremos a lo que hicieron sus enemigos, sino de lo abandonado que le dejaron sus amigos. Colegas, profesores, moralistas, periodistas, la institución donde ofrece sus clases (el CEU): si ahora calláis, sois culpables.
Y así levanto mi copa y solicito un brindis a toda la gente de buena fe y un poquito de coraje: ¡Tres hurras por Aquilino Polaino, médico, especialista, catedrático, con la mano tendida a los homosexuales para que dejen de serlo, pero sobre todo, amigo de los homosexuales y enemigo de la homosexualidad, un señor con un par de redaños, que se atrevió a decir que el Emperador, es decir, la sociedad, iba desnudo (en estos tiempos que corren, caminar desnudo resulta mucho más arriesgado que cuando existían emperadores). A fin de cuentas, la dictadura gay amenaza con ser una tiranía insoportable.
Eulogio López