Sr. Director:
La televisión podía ser enriquecedora para la vida de familia, podía unir más a sus miembros y promover sus solidaridad hacía otra familias y hacía la comunidad en general.

Pero por desgracia eso eran otros tiempos cuando se vivía la austeridad en una sociedad con dos canales y un horario limitado.

Hoy día la televisión se ha apartado del servicio del bien común al que está llamada; difundiendo valores y modelos de comportamientos degradantes, emitiendo pornografía e imágenes de brutal violencia; inculcando el relativismo moral y el escepticismo religioso; difundiendo mensajes distorsionados o información manipulada sobre los hechos y los problemas de actualidad; transmitiendo publicidad de explotación, que recurre a los más bajos instintos; exaltando falsas visiones de la vida que obstaculizan la realización del recíproco respeto, de la justicia y de la paz.

Por otro lado, aún cuando las emisiones no tuviesen esas características, la televisión puede producir desórdenes, cuando se usa de modo excesivo, se despilfarra el tiempo; se sustraen las horas de trabajo, del hogar y de la vida familiar.

En bastantes hogares el aparato de televisión está casi continuamente en funcionamiento, desde las primeras horas de la mañana hasta las últimas de la noche, aunque nadie le preste atención.

Hay que actuar con sentido común, por ejemplo: no encender la tele si no es para ver un programa concreto; comer y cenar con el aparato apagado.

Quizás en un primer momento, surjan dificultades al tratar de poner en práctica estas medidas, sin embargo, no pasará mucho tiempo sin que se compruebe que la vida del hogar se enriquece.

Los padres tenemos la grave responsabilidad de ayudar a nuestros hijos a buscar la verdad y el bien desde su más tierna infancia, por eso debemos contribuir activamente a formar a nuestros hijos hábitos, como es éste: el uso de la televisión.

Josefina Galán

finagalan@gmail.com