En verdad que Polonia se está convirtiendo en la reserva espiritual de la Unión Europea, que es tanto como decir en el país más libre del continente. En Varsovia y Cracovia se habla de "soberanía moral", que es la más importante de todas las soberanías. Y lo dice el pueblo que más veces ha visto violentada su soberanía –le hicieron desaparecer del mapa durante un siglo- a lo largo de toda la edad moderna.
Aunque el titular de mi admirado Clemente Ferrer en la edición de hoy de Hispanidad, titular que he hecho mío, no es del todo correcto. Polonia no prohíbe la homosexualidad, -aunque cosas menos graves se han prohibido por ley- lo que ha prohibido es la promoción de la homosexualidad en los colegios. Es decir, Polonia ha puesto el dedo en la llaga de la verdad que nadie quiere escuchar: la relación directa entre homosexualidad y pederastia. Una verdad evidente, pues un tanto por ciento elevadísimo –que no hay manera de saber, porque el Ministerio del Interior español se niega a proporcionar las cifras, pero que la policía especializada conoce muy bien- de los pederastas, pedófilos y pornógrafos infantiles son abrumadoramente homosexuales. Y reparen en que los polacos no quieren prohibir los profesores homosexuales, sino los profesores que hacen gala de ello y promocionan la homosexualidad entre sus alumnos. En resumen, que, como siempre, lo malo no es lo gay, sino el orgullo gay.
Lo que los polacos quieren evitar es lo que está ocurriendo en un colegio concertado, regido por religiosos, en Madrid. Allí acude un joven actor de cine al que en sus días sus padres convirtieron en el "icono" del Día del Orgullo gay. Un muchacho que ya acumula dos años de retraso escolar por la sencilla razón de que nunca va a clase, pendiente como está de que su chófer le lleve a grabar o a ser entrevistado en programas dirigidos por cacorros.
Pero, aún así, el tiempo que pasa en el ‘cole' se dedica a exagerar su ramalazo con provocaciones groseras a sus compañeros. A uno le hinca el lapicero en el trasero, y a todos les llama por su nombre en femenino, mientras les tilda de "falsa", "asquerosa" y otras lindezas.
Los religiosos que regentan el centro no se atreven a llamarle al orden, ni a él ni a sus padres, para evitar el escándalo: "Colegio de religiosos expulsa a un homosexual".
Sí, apuntaba maneras desde tiempo atrás pero, sobre todo, las exagera hasta el ridículo. Ha aprendido muy bien la lección, especialmente el capítulo dedicado al victimismo. Y así, recientemente declaraba a un importante periódico madrileño el mal trago que pasaba todos los días porque sus sexistas compañeros le pegaban a la salida del clase y tenía que escapar corriendo de sus malvados y homófobos perseguidores (de 14 años de edad). La verdad es que los homófobos están tan dominados por lo políticamente correcto ("Imagínate -se dicen unos a otros- la que te puede caer si le enchufas a…") y no osarían ponerle la mano encima al susodicho por mucho que provoque. Nadie quiere cambiarse con él en los vestuarios –lógico- y lo que buscan es mantenerse alejados de él para evitarse problemas.
Al final, nuestro protagonista es cada vez más famoso, sus padres cada vez son más ricos, pero se ha convertido en un pobre guiñapo degenerativo, un verdadero esqueleto, un puro nervio, cuya más fiel compañera es una botella de tila que siempre lleva consigo. Digno de lástima, pero ninguna pena se curó jamás con la mentira.
¿Culpables? Sus padres, por supuesto, que con tal de obtener fama y dinero han convertido a su hijo en aquello que él no quería ser si hubiese podido elegir. El mundo gay es muy poco gay. Nadie nace sarasa. Se puede nacer con tendencias, hormonales, fisiológicas, y con ello psicológicas, pero perfectamente enmendables, como todas las tendencias. Ahora bien, si en lugar de ‘enmendar la tendencia', si en lugar de decirle que la homosexualidad es algo tan antinatural como los gatos con lunares morados o los elefantes rosas, le hablamos de libre opción, diversidad, y orgullo gay, entonces nos encontramos con un pobre adolescente condenado a la amargura.
Eso sí: financiados por Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón. El PP, ya lo saben, es centro-reformista.
Eulogio López