"El Señor de los Anillos: un relato de amistad, responsabilidades y amor a la naturaleza". De esta forma, se presentaba en los madrileños Multicines Kinépolis "El Retorno del Rey", la tercera entrega de la trilogía cinematográfica basada en la genial obra de Tolkien. Este es el problema, que ni el gran Tolkien, ni su fiel (con alguna que otra desviación) adaptador cinematográfico Peter Jackson pueden enviar un mensaje a quien no quiere oírlo o a quien no puede entenderlo.
Porque esta es la cuestión. Entre nosotros, Tolkien practicaba la amistad, era un tipo bastante responsable y jocoso, y amaba la naturaleza. De hecho, se arrepintió de sus andanzas juveniles cuando, tras adquirir su primer automóvil, se dedicaba a asustar al personal por High Street, profiriendo alaridos y aterrorizando a los paseantes. Se arrepintió porque consideraba que el progreso mecánico acabarían con sus amados árboles. Sí, todo eso era Tolkien, pero sobre todo era algo más: Tolkien era cristiano. Un católico en la Universidad de Oxford, educado en el Oratorio que creara el cardenal John Henry Newman; que educó en el catolicismo a sus cuatro hijos y que creó una saga universal que se ha convertido en la 'biblia' de, al menos, un par de generaciones en todo Occidente. Sin Dios, y sin la filosofía cristiana, no puede entenderse "El Señor de los Anillos" (por eso, hay tantos que no lo entienden), y no tendría ninguna razón de ser toda la historia. Es cierto que Tolkien se empeñaba en que el libro más admirado del siglo XX, y probablemente de toda la historia de la literatura, no era una alegoría, tampoco una alegoría de la Biblia o del Evangelio. Lo cual es una de esas grandes mentiras que todos los grandes hombres tienen el deber de defender hasta la muerte. Porque, claro, resulta que "El Señor de los Anillos" viene precedido por el "Hobbit" y el "Hobbit" viene precedido por los "Cuentos Inconclusos" y éstos vienen precedidos por el "Silmarillion", inicio cronológico de todo el mundo creado por Tolkien. Y el "Silmarillion" comienza afirmando: "En el principio era el Único..." El Único (Eru o Ilúvatar) crea a los Ainur, quienes, a su vez, participan en el poder creador de Ilúvatar a través de la música, y así nace el mundo. Y todos colaboraron en crear cosas hermosas, salvo MelKor que le sale rana. Casualmente, el bueno de Melkor empieza a desafinar y es desterrado. Sauron, en "El Señor de los Anillos", no es sino un discípulo de Melkor.
Y visto lo visto, sigamos diciendo que "El Señor de los Anillos" no tiene nada que ver con la Biblia, no es ninguna alegoría del Génesis, ni del Ángel Caído. Con tal de que sepamos que es falso, todos tan a gusto.
Y es importante recordarlo porque, de otra forma, podemos toparnos con tontunas como la del Multicines Kinépolis. La sociedad actual muestra una especialísima capacidad para vivir la contradicción de un Cristianismo sin Cristo. Jóvenes que jamás han leído el Evangelio, son verdaderos especialistas en el Señor de los Anillos, lo que viene a ser algo parecido a caminar por un alambre sin una red debajo, o a subir por un palo ensebado no incrustado en el suelo. O sea, un completo absurdo.
Pero un absurdo que se repite una y otra vez. Sigamos con el cine, que, a fin de cuentas, es el gran termómetro sociológico de nuestra era. Los magos de Oriente: conocemos esa figura histórica por el Evangelio de San Mateo. Pues bien, la católica España ha conseguido emitir una película sobre los magos de Oriente donde no aparecen ni Cristo, ni la Virgen, ni el Patriarca. No hay milagros, hay magia, como si faltara alguien por saber que la magia blanca no existe. No hay Redención, no hay Encarnación... no hay nada. Son unos reyes magos desacralitizados y descristianizados. La católica España da para eso y para mucho más. Es la utilización bastarda, espúrea y ridícula de unas figuras nacidas del Evangelio. Los guionistas sintieron la imperiosa necesidad de hacer desaparecer cualquier rasgo de Cristo. Y a fe mía que lo han conseguido. Si la fe de un niño depende de esa película, en su vida se santiguará. Y es que la influencia de un mensaje depende de dos cosas: del emisor y de la fuerza que sepa imprimir ese mensaje, y de la capacidad de asimilación del receptor. En el caso de los reyes magos de Oriente, no hay mensaje, por lo que el receptor deberá poner todo de su parte para situar a Melchor, Gaspar y Baltasar donde les corresponde. En el Señor de los Anillos hay emisor y hay mensaje. Pero también hay receptores majaderos capaces de convertir la fuerza del amor en ecologismo pedestre de tercera división. Si no, pregunten en Kinépolis. Todo por el miedo telúrico a pronunciar el nombre de Cristo. ¿Desacralizar la política? Bien. ¿Desacralizar la sociedad? Bien. ¿Desacralizar la literatura y el arte? Bien. ¿Desacralizar lo sagrado? Hombre, esto ya parece excesivo.
Eulogio López