Todos nos hemos conmovido con Haití. La solidaridad ha dejado atrás el egoísmo y muchos corazones se han visto ablandados.
Los periodistas nos han acercado los problemas, y particulares, la Iglesia y los gobiernos se han apresurado a enviar ayuda. Estos acontecimientos nos hacen más hermanos, sabedores de que desconocemos nuestra suerte en una Tierra que nos regala pero cuyas leyes también nos golpean.
La Tierra no es nuestro hogar definitivo. Ante las calamidades, el creyente ayuda, reza y pregunta. ¿En dónde estabas, Señor?
Como una señal de su presencia, entre las ruinas de la catedral de Puerto Príncipe, quedó en pie un bello crucifijo de mármol blanco, y parece que de allí viene la respuesta y el consuelo: Yo estaba allí, junto a los vivos y los muertos, ofreciéndome por ellos. La muerte no tiene al última palabra. ¿Hay mayor solidaridad que acompañar, en silencio, al que sufre? Padre Mío, ¿por qué me has abandonado? -clamó Jesús en el Calvario, sin perder la paz ni la aceptación de los designios amorosos e inescrutables de Dios Padre, que callaba-. Tras la muerte está la resurrección y la vida. El que cree, sufre lo que todos; pero no como todos: su corazón lo alivia su esperanza, y puede hacer suyos los versos de Martín Descalzo, el que fuera periodista, sacerdote y escritor vallisoletano, en su lecho de dolor:
Y entonces vio la luz./ La luz que entraba/por todas las ventanas de su vida/ vio que el dolor precipitó la huida/ y entendió que la muerte ya no estaba./ Morir sólo es morir. Morir se acaba./ morir es una hoguera fugitiva./ Es cruzar una puerta a la deriva/ y encontrar lo que tanto se buscaba./Acabar de llorar y hacer preguntas;/ver el Amor sin enigmas ni espejos; /descansar de vivir en la ternura;/tener la paz, la luz, la casa juntas/ y hallar, dejando los dolores lejos,/la Noche-luz tras tanta noche oscura.
Josefa Romo Garlito