Sr. Director:
Sr. Velázquez: Cuando se estaba debatiendo la primera ley del aborto, hubo un día en que tuve que tomar un taxi en Madrid, todo vestido de sotana.

 

El taxista aprovechó la ocasión de que me tenía dentro del taxi, y no me iba a tirar por la ventanilla, aunque estuviera abierta (recordará que la ley entró en vigor un día de san Lorenzo, así que estábamos en pleno verano), y me preguntó con un tono de guasa que para qué:

--¡Vaya! Y ¿qué piensa usted de eso del aborto?

Si se hubiera dirigido a mí en serio, le hubiera respondido en serio, desde luego. Pero, ante el aire de sorna y de burla, aproveché que no sabía quién se le había metido en el taxi, y le respondí, sin alterarme un pelo:

--Lo mismo que su madre.

Al otro infeliz le dio un espasmo de glotis (si su madre no hubiera pensado como yo, a él no le habrían dado la licencia del taxi), no pronunció ni una palabra más, y, al llegar al destino, le tuve que preguntar que cuánto era, porque, de lo contrario, me bajo sin pagar y ni se entera.

José F. Guijarro