Hijo, advertí en tu última carta un tono amargo, pleno de desaliento y pesimismo, por no decir desesperación. Ya sabemos que a pesar de tus "veintimuchos" años y de tu titulación superior no encuentras trabajo, ¡son los tiempos que corren! Por ahora no te preocupes, mientras tu madre y yo podamos te seguiremos apoyando y ayudando en todo lo que necesites.
Te contaré la historia de mis abuelos. Ambos eran hombres de campo y según me contaron, la mayor parte de su vida laboral (desde los diez años hasta su defunción) fueron jornaleros. Trabajaban siempre bajo los intereses y conveniencia de los patrones, en jornadas marcadas por la luz solar.
Recibían un mísero jornal, que en algún tiempo sólo alcanzaba para comprar un pan. Ni que decir tiene que cuando no se trabajaba, independientemente del motivo, no se cobraba. En estas condiciones sacaron adelante ocho hijos uno, y cinco el otro.
Los recursos sanitarios, las más de las veces se limitaban a remedios caseros y en los casos de requerir los servicios de un doctor había que hacerlo con dinero contante y sonante. A todo esto siempre ahorrando, pensando en la vejez, ya que la pensión de jubilación era pura ciencia ficción.
Ante esta situación, no es de extrañar que mis tíos en cuanto tuvieron edad y oportunidad emigraron, unos a Europa y otros a Cataluña.
Y me preguntarás por qué te cuento todo esto, pues por aquello que dicen, que: "La historia siempre se repite"
Manuel Villena Lázaro