Sr. Director:
Dignidad es valor, es ser precioso y preciado, y reclama respeto, cuidado, protección, hasta cariño y ternura. Dignidad de la mujer es reconocer todo ello a todas nuestras madres, hermanas, hijas, primas y amigas.

 

¿Puede la mitad de la misma Humanidad, acaso, no ser de la misma dignidad que la otra mitad? Extraño diamante aquél que, siendo uno, valiese más en una de sus mitades.

Hace unas semanas la Capilla de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense se veía anegada de una fuerte ola de jóvenes mujeres reclamando su dignidad. Hijas, hermanas, amigas, futuras madres. Proclamaban con diversas frases su rabia contra la Iglesia Católica, pues, a su parecer, esta institución, con sus enseñanzas, las ofende, las reprime, les arrebata su libertad y su dignidad.

Pero dignidad es valor, es tesoro, y un tesoro se cuida, se guarda, protege, cubre y cela. La intimidad es el núcleo del tesoro de la persona, ahí donde ella está a salvo de todos los demás, de posibles intrusiones y violaciones. La intimidad es del cuerpo y del alma, "mis secretos" son de mi cuerpo y de mi corazón. En el corazón hay secretos, sentimientos, ideas, opciones que son sólo mías, para mí, y mi cuerpo, que es manifestación de mi corazón, también guarda sus secretos, protege lo que sólo se comparte cuando el corazón se abre y entrega por amor, amor total por el que entrego toda mi persona, corazón y cuerpo, a la persona complementaria que también me entrega su corazón y cuerpo.

La fotografía que circuló era muy expresiva. Algunas de las mujeres que reclamaban su dignidad estaban medio desnudas. Una chica, mientras, al no poder detener la invasión, permanecía arrodillada, rezando. Oposición a Dios, adoración a Dios. Dos opciones, dos actitudes opuestas. Ver a esas chicas semidesnudas da lástima, pues reclamando su dignidad, ellas mismas se han despojado de aquello que más la cela, cuida y protege: su intimidad, de cuerpo y de corazón. Oponiéndose a Dios, se han rebajado, despreciado y usado.

Mientras, de rodillas, digna, elegante, como princesa, una chica reza. Creer en Cristo, reconocerlo Señor, Redentor y Amigo no humilla, no rebaja, sino todo lo contrario. La mujer y el hombre, la Humanidad, en la humilde adoración del Señor, es elevada, dignificada, con una belleza y elegancia que redundan en el corazón y en el cuerpo y nos llevan a reservar la propia intimidad sólo para el amor, para entregarla sólo en el amor. Juan Pablo II escribía en la carta apostólica Mulieris Dignitatem: "El amor esponsal, el cual hace que «el don sincero de sí misma» por parte de la mujer halle respuesta y complemento en un «don» análogo por parte del marido. Solamente basándose en este principio ambos —y en particular la mujer— pueden «encontrarse» como verdadera «unidad de los dos» según la dignidad de la persona".

Gracias joven mujer, porque, de rodillas, rezando ante el Señor, ha brillado tu dignidad, has mostrado tu valor y, en medio de la violencia, has manifestado la fuerza del verdadero Amor, que hace preciosos al hombre y a la mujer: "Cristo es aquel que «sabe lo que hay en el hombre», en el hombre y en la mujer. Conoce la dignidad del hombre, el valor que tiene a los ojos de Dios." (Juan Pablo II, Mulieris Dignitatem).

Juan Pablo Fernández Montojo