El bien común temporal, fin específico del Estado, consiste en conseguir una paz y seguridad que puedan disfrutar todos los mortales en el ejercicio de sus derechos y, al mismo tiempo, en la mayor abundancia de bienes espirituales y materiales en esta vida terrenal.

 

Toda la tarea de los estados, tanto política como económica, debe estar sometida al bien común, esto es, poner todos los medios para todos los mortales puedan desarrollar sus cualidades y de su vida material, intelectual y religiosa.

Juan XXIII aseveró que en la época actual se considera que el bien común consiste, principalmente, en la defensa de los deberes y derechos de la persona humana.

Por lo tanto el bien común se concreta: en el respeto a la persona, en el bienestar social y en la paz, la estabilidad y la seguridad de un orden justo. El bien común es un bien y no un mal, no es la suma de los bienes particulares.

El bien común, es el bien del todo, al cual contribuye cada una de los hombres y en consecuencia de él participan todos. Se exhorta que la participación en el bien común sea justa. El dinamismo del bien común de un país viene regido por la cooperación común y el reparto equitativo.

En resumen, cualquier Estado debe crear las condiciones sociales, económicas, culturales, políticas y religiosas que permitan a todas las personas alcanzar la perfección que les corresponde en su calidad de seres humanos.

Algunos de los principios éticos que regulan el bien común son: Que el bien particular y el bien común no se contraponen. Que todas las personas son iguales ante el bien común. Que no se puede confundir el bien común con un bien colectivo. El bien común debe redundar en beneficio del conjunto de los ciudadanos, pero no del mismo modo ni en el mismo grado. Han de ser beneficiados los más débiles y los más necesitados. El bien común abarca a todo el hombre y debe respetar la ley natural.

Clemente Ferrer

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