No hablo de ataques externos, del Nuevo Orden Mundial.
Por primera vez en el Vaticano se habla de división interna en el Vaticano (NOM), ahora reverdecido sus lugres con el caso Obama. Recuerden que todos los poderes del mundo, incluido el NOM, a lo largo de 2.000 años, siempre han parecido a punto de tumbar a la Iglesia... antes de disolverse en la nada. Con razón decía Chesterton que la Iglesia se toma la herejía más en serio que los mismos herejes: cuando Roma dictamina sobre los propios herejes, ya se han disuelto y están pensando en cualquier otra mamarrachada. No, la historia del mundo es la historia de su derrota permanente en su batalla contra la Iglesia, aunque siempre vivamos mirando una máscara, la de la propia vanidad mundana, que semeja lo contrario.
No, los verdaderos problemas, de la Iglesia, los preocupantes, nunca vienen de fuera sino de dentro, como no podía ser de otra forma en el Cuerpo Místico de Cristo. Pues bien, ahora tenemos un problema.
Nunca con Juan Pablo II, al que crucificaron desde todos los ángulos, se había hablado tanto, y de forma abierta, en el recinto vaticano sobre división en la jerarquía como en el momento presente. Me lo cuenta, no un alto dignatario, sino un sacerdote fiel con acceso a curiales de postín. Asombrado ha vuelto de Roma y me fío más de su testimonio que del de muchos portavoces oficiales, y no digamos que el de periodistas vaticanólogos, porque en las cosas de Dios lo mejor es atender al santo antes que al sabio y al sencillo antes que al experto.
Según mi fuente, se habla de división y se critica al Papa con denuedo. Especialmente por parte de obispos y clérigos alemanes -no hay peor cuña que la de propia madera- austriacos y suizos, con el correspondiente apoyo de los de siempre, que había en los cinco continentes.
Los milenaristas repiten mucho el dictamen del obispo contra obispo, algo que me preocupa mucho más que las dentelladas de El Mundo o El País, o los grandes grupos mediáticos, o los obamas de turno, contra la doctrina eclesial.
En teoría, la excusa de los disidentes se llama concilialismo (¡Qué poco originales son!). No porque crean en esta herejía, sino porque es la forma de revestir un ataque en toda regla a la autoridad papal.
Y como de alguna arma hay que echar mano parta incordiar, la desobediencia aletea alrededor de la Eucaristía. A los díscolos no les gusta que el Papa -Sacramentum Caritatis- y los organismos vaticanos -Exhortación de la Congregación para el Clero- les recuerden a los sacerdotes que en la Eucaristía está el mismo de Dios -doctrina que no ha cambiado porque no han cambiado los hechos- y que es su obligación, no sólo celebrar el Santo Sacrificio sino, además, propiciar entre los fieles el respeto debido a la Eucaristía.
Y no hace falta ser cardenal para darse cuenta de que algo falla con la Eucaristía, oiga usted, porque una de las tónicas de los últimos cincuenta año en todo el orbe católico es que cada vez se confiesa menos y se comulga, sino más, al menos lo mismo, una ecuación peligrosa. En definitiva, un buen número de clérigos, frailes y monjas, apoyados en alguna conferencia episcopal -uno todavía sueña con un decreto vaticano que liquide todas las conferencias episcopales, qué chachi- exhiben su miseria entorpeciendo lo que el Papa les pide: que se adore a Jesús Sacramentado y que se le reciba en comunión con las debidas disposiciones. Éste es el campo de batalla interno de la Iglesia y donde nos jugamos no el futuro -un niño en las rodillas de los dioses-, no el presente -que se no escapa de las manos- sino el final, nuestro propio origen y esencia.
Pues bien, Benedicto XVI está siendo atacado por la Quinta columna con más virulencia de la empleada con Juan Pablo II, que ya es emplear. Y esto sí que es preocupante. Diría que es lo único preocupante.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com