Tras leer este artículo no se pierdan la crónica del corresponsal en Roma de El País. El pobre hombre habla de conspiración y guerra civil en el Vaticano pero no consigue explicarnos quién pelea con quién, un dato que tiene su importancia cuando hablamos de guerra. Eso sí, no por ello deja de concluir que, tratándose de El Vaticano, todos los bancos son hipócritas, reaccionarios y un poquito cabrones.
No tengo ni idea de lo que está ocurriendo en el Vaticano. Sólo sé dos cosas: lo de El País no es cierto porque es una incoherencia absoluta, propio de quien juzga con criterios políticos a la Iglesia y con criterios humanos a Dios. Y además es una gran mentira: se supone que el malo es Bertone y el bueno Ratzinger. Se supone que el primero le está segando la hierba bajo los pies al segundo, cuando apenas 3 meses atrás el Papa le ratificó en su cargo y se encargó de alabar públicamente al cardenal italiano.
Pero de los escasos datos que poseemos (no datos objetivos, sólo datos, porque si es dato es objetivo) el asunto sí resulta preocupante. Es como si los cristófobos estuvieran preparando el relevo de Benedicto XVI, que ya cuenta con 85 años. Al parecer, se han cansado de esperar. Yo les comprendo. A un Papa santo como Juan Pablo II le ha sucedido otro papa santo, como es Benedicto XVI: están desesperados.
Eso sí, lo que más me fastidia de todo de esta ininteligible trifulca es que la línea directriz de esta campaña, con Bertone como objetivo primero, ya fue incoada por medios católicos, por ejemplo, por medios católicos españoles. Hay que ser muy estúpido, de verdad, muy estúpido, para jugar a vaticanólogo simplemente por dárselas de informado. Y es que los males de la Iglesia siempre están dentro, no fuera. El Mundo, al final, será lo que sea la Iglesia de Cristo. El problema llega cuando el enemigo está dentro.
Dicho de otra forma: el Cuerpo Místico no pueda caer porque es Dios, la Iglesia tampoco porque es la representación visible de ese Cuerpo Místico, pero a costa de guerras civiles, de estupendas banderías de muy píos sietesabios -pero extraordinariamente insensatos- sí que se puede conseguir que los cristianos desconfíen de su jerarquía. Eso sí que resulta peligroso porque hay muchas conciencias en peligro de confusión. En definitiva, el enemigo de la Iglesia nunca es el comecuras, tampoco el hereje. Ni el ateo (pobrecillo). El enemigo del Cristianismo es el cristiano tibio. Hoy, en el siglo XXI, más que nunca.
Eulogio López
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